Polvos inolvidables
Hay polvos y polvos. Polvos que no dejan otra huella en la memoria que la huella de lo rutinario y polvos que pasan a la historia y que se recuerdan siempre. Entre estos últimos figuran muchos de esos primeros polvos que se pegan con la que acaba convirtiéndose en nuestra pareja de toda la vida, los que son fruto de una canita al aire y los que, tras una discusión, sirven para sellar la paz.
Al polvo de reconciliación siempre se le ha atribuido una fogosidad especial, una pasión que, ardiente, sirve para cauterizar las heridas y para insuflar nuevas energías a una relación que, instantes antes, en el fragor de la discusión o la bronca, ha estado a punto de despeñarse por el desfiladero del fracaso. Quizás esa explosiva fogosidad se deba a que, tras la discusión, la adrenalina corre como un bólido por las venas de quienes han mantenido la discusión. Los que han estudiado el fenómeno parecen reafirmar dicha explicación cuando nos dicen que el motivo de esa fogosidad especial del sexo de reconciliación hay que buscarlo en la “biopsicología de la emoción” y en lo que se llama “paradigma de transferencia de la excitación”.
Este paradigma lo explicó Dolf Zillman, catedrático de Psicología y de Ciencias de la Información, allá por los setenta, con las siguientes palabras: “la excitación residual de una excitación previa se une a la excitación generada por la nueva excitación y atribuimos por defecto su causa a los acontecimientos del presente cuando realmente están en el pasado”. O sea: que si el polvo de reconciliación es tan explosivo y fogoso es porque, previamente, en el enfado, la excitación experimentada por los miembros de la pareja ha sido mucha. Es decir: que, en el sexo de reconciliación, en ese polvo con el que se sella la paz, confluyen dos excitaciones: la excitación propia de todo polvo y el residuo más o menos voluminoso que queda de la excitación experimentada durante la discusión.
Quienes han estudiado las características y peculiaridades del sexo de reconciliación recalcan que el polvo de reconciliación es, en el fondo, una forma de sublimar la agresión. Por eso el sexo de reconciliación puede ser un sexo hasta cierto punto salvaje. Por eso puede resultar, hasta cierto punto, catártico.
¿Sirve el sexo de reconciliación para solucionar problemas de pareja?
Eso sí: que nadie crea que el sexo es la mejor manera de solucionar los problemas de pareja. Si éstos son problemas importantes, el sexo sólo es un parche, una manera de postergar la resolución de un conflicto que, larvado, puede acabar resquebrajando los cimientos sobre los que la pareja se sostiene y provocando, más pronto que tarde, que la misma se derrumbe.
Y es que el sexo de reconciliación, por mucho que pueda parecer una buena manera de decir lo siento, no puede sustituir a la disculpa ni a la palabra. Así, de la misma manera que el mejor pegamento para una relación de pareja es la comunicación, el mejor sexo que puede practicar la pareja es aquél que es fruto, sí, del deseo y la atracción física, pero también de los sentimientos. Y para cuidar los sentimientos es imprescindible restañar de verdad las heridas, pedirse disculpas sinceras y enmendarse en aquello que pudiera causar incomodidad o dolor al otro.
O sea: que el sexo de reconciliación puede ser muy divertido, apasionado, explosivo, satisfactorio, intenso y ardiente, pero, en el fondo, en el fondo, no sirve para reconciliar a nadie. Sólo reconcilian las palabras y son las palabras las que deben fluir en un ambiente de comunicación sincera.
Por otro lado, emplear el sexo como un sistema para cauterizar heridas puede degenerar en un hábito insano. En el momento en que la pareja busca la bronca o la discusión para finiquitarla con un polvo, la pareja está emprendiendo un camino peligroso. Los problemas, reiteramos, deben ser resueltos antes de practicar sexo. Todo lo que no sea hacer eso es crear una bola de silencio que se nutre de sentimientos reprimidos y que, convertida en un cáncer, acaba con la vida de la pareja.
Además, al hablar del polvo de reconciliación hay que tener en cuenta algo muy importante: que hombre y mujer acostumbran a comportarse de manera diferente tras un capítulo de sexo de reconciliación. El hombre, tras el polvo de reconciliación, acostumbra a hacer borrón y cuenta nueva. La mujer, no tanto. Por eso la mujer es más remisa a mantener sexo tras una discusión que el hombre. Para éste, el sexo, más allá de una expresión de sentimientos, puede ser un método para relajarse y desestresarse. Todo esto sea dicho, claro, sin olvidar en ningún momento el riesgo que entraña cualquier generalización como ésta.