Exigencias del deseo
El deseo no planifica. El deseo se presenta de improviso y no atiende a calendarios. El deseo no sabe si es de día o si es de noche. Llega y, al llegar, exige nuestro tributo inmediato. Cuando el deseo llega, hay que buscar cuanto antes el lugar en que saciarlo. Puede ser el asiento trasero de nuestro coche. Puede ser el probador en el que nuestra pareja se está probando el enésimo vestido. Puede ser en la playa, medio ocultos por la sombrilla. Puede ser en los lavabos de un centro comercial. O en un rincón de la escalera de vecinos. En todos esos sitios el deseo debe ser satisfecho de una manera fugaz. Para el sexo sin prisas ya están los dormitorios y las habitaciones de hotel. El deseo repentino está hecho para otros lugares. El apretón del deseo exige una satisfacción tan inmediata como fugaz. ¿Y qué hay más fugaz que el fogonazo de luz de un flash fotográfico en una cabina de fotomatón?
El deseo dibuja en nuestros rostros la mueca cachonda de la lujuria: ojos luminosos, labios enrojecidos, arrebol en la mejillas… todos esos elementos se combinan para convertir nuestro rostro en la imagen de carne y hueso del deseo. ¿Qué mejor manera de honrar a ese deseo que la de perpetuar su imagen en una fotografía que, resistiendo al paso del tiempo, deje constancia del día en que él brotó cerca de una cabina de fotomatón?
Follar en un fotomatón
Hacerlo es sencillo. Basta elegir una cabina adecuada y un horario en el que el tráfico de personas sea menor. Las horas laborales, por ejemplo. Haced un hueco en vuestros horarios y encontraos junto a la máquina. Aceptad desde el principio que tenéis poco tiempo para vosotros. Puede ser que en el exterior de la cabina llegue gente a esperar su turno. La gente necesita fotos de carnet para sus DNI, sus pasaportes y sus carnets del gimnasio o la biblioteca. A ellos no les importa que hayáis tenido un subidón de libido y que hayáis decidido regalaros unos minutos de placer en el fotomatón.
Lo primero que tenéis que hacer, cuando estéis dentro, es ajustar el asiento. No quedaría bien que vuestros actos quedaran expuestos a la mirada de quienes pasan junto al fotomatón o hacen cola para usarlo. El exhibicionismo no siempre es bien recibido.
Como toda la acción debe desarrollarse de la manera más rápida posible, es aconsejable que la mujer vaya vestida con una falda (y a ser posible sin bragas) y disponga de algo de lubricante. Muy seguramente éste no será necesario pues ella, con sólo imaginar lo que va a suceder dentro de ese fotomatón, ya llegará al mismo suficientemente lubricada y de manera natural.
Él hombre ya estará sentado en el taburete giratorio del fotomatón cuando ella se siente sobre él levantando su falda mientras se asegura de que nadie, fuera del receptáculo, se apercibe de lo que está sucediendo dentro de él.
Sentada sobre el hombre, la mujer moverá su cadera en movimientos rotatorios, laterales y de adelante hacia atrás para, así, producir sobre los genitales del hombre el frotamiento necesario para despertarlos y prepararlos para la función que, en breve, deberán cumplir. Mientras hace eso (y mientras nota cómo el pene se pone duro soñando con el instante de placer de que va a gozar), la mujer debe intentar concentrar su mirada en la cámara que está frente a ella.
Una vez alcanzada la erección, la mujer debe agarrar la polla de su pareja y conducirla hasta la entrada de su vagina. Le bastará con dejar caer su peso sobre ese eje de carne inflamada para sentir cómo esa polla se mete dentro de su coño. Será entonces cuando la mujer deberá iniciar un movimiento de caderas tanto en vertical como en círculos para, poco a poco, ir aumentando el grado de excitación de los dos miembros de la pareja.
En ese momento, ni la irrupción de un extraño en la cabina podría poner freno al derroche de deseo que se habrá apoderado de todo. Dentro de ese frenesí, la pareja debe encontrar un momento de conciencia para introducir una moneda en la ranura y presionar el start.
El rostro del placer
No hará falta decir “patata” ni forzar la sonrisa. El placer es uno de los mejores dibujantes de sonrisas que se puede encontrar y el placer, qué duda cabe, estará también en ese habitáculo. Y, cómo no, también saldrá en la fotografía. Lo hará mostrándose en los rostros de hombre y mujer, que aparecerán ahí, inmortalizados, con el gozo pintado en sus facciones. Esos rostros cachondos, vistos después, con la distancia que da el tiempo, será todo lo que quede de ese instante en que el fuego de la pasión se apodera del cuerpo, que se convierte en su esclavo. Años después, claro, si seguís juntos, podréis mirar esas fotos para reavivar la llama de vuestro deseo. Para que sea así, claro, deberéis recoger vuestras fotografías. Si no lo hacéis, quien llegue después contemplará vuestros rostros, tan semejantes en el rictus al de la Santa Teresa de Bernini, y comprenderá por qué el cristal que protege a la cámara fotográfica está empañado.