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atado a la cama

La candidata (Capítulo 2)

Quizás mis palabras no sonaron sinceras. O quizás mi cara era un poema a la que acudían los versos (todos ellos lúbricos) que bailaban en mi cabeza. Quizás fue eso, sí. O quizás fue simplemente que Carolina Marín fue aquel día una especie de bruja y pudo leer mis pensamientos más profundos, los que apuntaban a su culo perforándolo con rabia.