El apretón
Es posible que se os haya hecho muy largo el domingo. Habéis ido a comer a casa de los suegros, os habéis amodorrado en el sofá viendo por enésima vez esa película de Paco Martínez Soria que tanto hace reír a tu suegro, habéis hablado del trabajo, habéis dicho de nuevo que ya llegarán, que ahora no es el momento de tener hijos y que si la crisis esto y que si la crisis lo otro. A media tarde os habéis ido al cine. Os habéis dejado guiar por la moda y, tras hacer cola, habéis ido a ver Cincuenta sombras de Grey. Ni os ha gustado ni os ha dejado de gustar. La comentáis al salir. Estáis de acuerdo en que habéis visto otras películas que os han excitado más. Habláis de ellas y, mientras habláis, notáis cómo algo va despertando dentro de vosotros. Tal vez haya que culpar, después de todo, a Christian Grey, que, al atar a Anastasia a la cama, os ha recordado aquel fin de semana que fuisteis a pasar a Cadaqués.
Fue al principio de vuestra relación. Cuando os preguntan por el pueblo y por los rincones de Cadaqués siempre os echáis a reír. Muy bonito, sí. En verdad apenas lo visteis. Os encerrasteis en la habitación y no salisteis de ella sino para bajar al bar del hotel a comer unos sándwiches. Con ellos y unas cuantas botellas de agua y zumo os bastó para recargar las pilas. Raro que no se agotaran después de tanto follar. Ese recuerdo tiene todavía el suficiente calor dentro de sí como para caldearos. De hecho lo está haciendo. Os miráis al uno al otro con ganas de sexo. De sexo rápido y urgente. De sexo a la voz de ya.
El callejón oscuro
Y de pronto lo veis. El callejón oscuro. Habéis pasado delante de él infinidad de veces, pero nunca habéis reparado en su profundidad ni en su oscuridad. Os miráis y, al miraros, lo decís todo. ¿Por qué no? Jamás hemos visto mendigos durmiendo ahí. Con las ganas que tenemos será muy rápido. No tiene por qué vernos nadie. Desde aquí, desde la acera, el fondo del callejón apenas se distingue.
Os decís todo eso mientras avanzáis, callejón adelante, hacia ese rincón oscuro que se va a convertir, por unos minutos, en el escenario en el que vuestro deseo va a dictar sus leyes. No es una habitación de hotel ni es Cadaqués, pero el calentón no admite prórrogas. Hay que aprovechar este momento de pasión. Quién sabe cuándo llegará el próximo. El sexo, después de varios años de convivencia, se ha vuelto algo rutinario, casi programado. Por eso hay que atender a sus urgencias.
Llegáis al callejón y jugáis. Ella es una prostituta y tú, un posible cliente. Que si cuánto me cobras por mamármela y dejar después que te folle. Que si tanto. Que si no crees que es mucho. Que si crees que no lo valgo. Esto dicho por ella mientras con una mano tantea tu paquete abultado y palpitante. Tú, mientras notas cómo esa mano te sopesa los genitales, sientes cómo tu polla pide desesperadamente un desahogo. De hecho, crees que si esa mano sigue sobándote así durante unos minutos más, no podrás evitar que tus testículos viertan su ardiente contenido. Y no quieres volver a casa con los bóxers pringados de semen. Por eso dices que sí, que vale, que toma; y vas sacando, uno tras otro, los billetes de tu cartera.
Ella los cuenta y, tras contarlos, los guarda en su sujetador. Se arrodilla después, te desabrocha el cinturón y los pantalones, tira de ellos hacia la rodilla y, antes de bajarte los bóxer, mordisquea lentamente el tronco de tu polla. Cuando te baja los bóxers, ésta se muestra desafiante e inhiesta. Ella se la mete en la boca y la chupetea y rechupetea. A ti te enloquece esta felación, pero tienes ganas de estar dentro de su coño, y por eso le ordenas que pare. Es tu puta y la acabas de contratar. Por eso te obedece y abandona la felación con la que tanto estaba disfrutando. De hecho, ella estaba recordando aquel fin de semana en Cadaqués, el momento inolvidable en el que por vez primera se metió tu polla en la boca. Y eso le tiene la vagina empapada y rezumante.
Lo compruebas cuando, tras bajarle los pantalones y las bragas, la obligas a inclinarse sobre la pared, con las manos apoyadas en ella y el culo en pompa, ofreciendo sus dos maravillosos agujeros. Te gustaría metérsela por el culo. De vez en cuando habéis practicado sexo anal y, la verdad, lo habéis gozado de lo lindo. Pero no tenéis a mano el lubricante y, sin él, no hay sexo anal que valga. Es una de las normas inquebrantables de esta prostituta que te está pidiendo que se la metas de una vez, que tiene ganas de tenerte dentro.
Lo haces de golpe, entrando bien hondo dentro de ella, que mueve las caderas mientras tú entras y sales de su vagina, que, sedosa y húmeda, acoge tus embestidas. Notas el fuego que te sube desde los testículos. Notas su vagina contrayéndose. Notas cómo te tiemblan las piernas mientras te corres.
Habéis tardado, en total, algo así como diez minutos. Os subís los pantalones y la ropa interior y, callejón adelante, os reintegráis a la tarde de domingo. Una pareja de ancianos os ven salir de allí y se sonríen mirándose a los ojos. Una pareja de adolescentes también os ven y también se sonríen, aunque con un poco más de malicia en la mirada. Los ancianos se sumergen en sus recuerdos. Los adolescentes, apresurados y como aguijoneados por una urgencia, se sumergen en la oscuridad del callejón. Allí, seguramente, construirán la materia de sus propios recuerdos.