Un recuerdo de infancia
La imagen puede llegarte desde el arcón en el que guardas los recuerdos de la infancia. Es una tarde de verano. Acabáis de comer y en la casa familiar, la del pueblo, ésa a la que todos acudíais cuando llegaban las vacaciones, intentabais pasar la sobremesa y sus calores implacables lo mejor que podíais. Los más jóvenes esperabais a que pasaran las horas preceptivas de digestión para ir a la piscina y los mayores, mientras tanto, echaban la siesta o se amodorraban en el sofá, al lado del botijo, viendo algún episodio de El coche fantástico. A la tía el ganchillo se le dormía sobre el regazo mientras un hilillo de baba caía por la comisura de los labios. El leve ronquido del abuelo hacía compañía a la baraja de cartas. Ésta había quedado sobre la mesa camilla dando cuenta de un solitario que no había acabado de salir.
Tu prima y tú, aburridos, decidís marchar al cuarto de los juguetes, que parece más bien el cuarto de los trastos. En él se amontonan muñecas enteras o tullidas, balones y pelotas a las que les falta o les sobra presión, raquetas descordadas que nunca supieron esmachar, coches de tus primos a los que un mecánico incompetente olvidó colocar alguna rueda, un Monopoly al que le falta algún hotel y algún puñado de billetes y un Juegos Reunidos Geyper al que le falta el cubilete azul del parchís, la bolita de la ruleta y un dado de póker. En el cuarto de los juguetes están, también, las toallas que llevaréis a la piscina cuando la maldita digestión (¿de verdad deben pasar tres horas hasta que podamos bañarnos?) haya finalizado.
Son esas toallas las que te traen el recuerdo más dulce. Tu prima y tú las extendíais en el suelo y, allí, sobre ellas, jugabais al que por entonces era tu juego preferido: jugar a médicos. No sabes muy bien cómo sucedió la primera vez, pero sí guardas el recuerdo de cómo era el juego. En ocasiones era tu prima la enferma. En otras, eras tú el aquejado de alguna enfermedad que, tarde o temprano, requería inevitablemente una exploración muy particular y que siempre consistía en lo mismo: bajarse los pantalones o subirse la falda y en llevar hasta medio muslo los calzoncillos o las bragas para mostrar aquellas carnes sonrosaditas y extrañas que os diferenciaban y, al mismo tiempo, os invitaban de un modo irresistible a participar en aquel juego. El hecho de que aquel juego se desarrollara siempre siguiendo los mismos parámetros sería debido seguramente a que, dentro de la Medicina, habíais decidido escoger las especialidades de la Urología y la Ginecología, respectivamente.
En cualquier caso, la exploración que efectuabais al jugar a médicos era siempre una exploración apresurada. Sabíais que podía llegar algún mayor y sabíais que su llegada podía poner fin al juego para siempre. Pero siempre daba tiempo, pese a las prisas, a sentir aquella maravilla de la mano de tu prima manipulando aquel gusanito endurecido y erecto y aquella bolsita con dos canicas que colgaban bajo él y que tendían a encogerse cuando los deditos de tu prima la acariciaban. ¿Cómo olvidar, también, la maravilla de pasear tu dedo en el surco que se abría entre las piernas de tu prima y en notar cómo aquel surquito se abría para que tus dedos pudieran notar la textura especial de aquella carne como de nácar?
¿Cómo jugar a médicos?
El recuerdo de aquellas tardes de verano ardiente y de aquellos primeros y torpes pasos por el universo del sexo ha regresado a ti y tú has tenido la imperiosa necesidad de regresar a él. Ésa es la fantasía que quieres hacer realidad: la de volver a ser aquél niño inocente que, junto a una prima también inocente, dedicaba las tardes de verano a jugar a médicos.
Si quieres hacerlo ahora, si quieres volver a jugar a médicos, necesitarás una serie de complementos. Estaría bien que tú y tu pareja estuvierais vestidos a la manera infantil. Y que prepararais un cuarto como si fuera un cuarto de juguetes. Quizás tenéis hijos. Podéis utilizar entonces su cuarto cuando no estén en casa.
Esta fantasía os obliga a regresar al tiempo de la inocencia. ¿Qué quiere decir eso? Que ni tú puedes lanzarte de buenas a primeras a realizar un cunnilingus ni tu pareja puede amorrarse al pilón de tu pene en erección a las primeras de cambio. Debéis avanzar poco a poco. Como si fuerais a tientas. Como si tuvierais miedo a ser descubiertos. Como si la anatomía de tu pareja fuera un territorio ignoto que mereciera una exploración lenta y temerosa. Así debes tocar sus genitales cuando te sean mostrados. Así debe ella tocar los tuyos. Como quien por primera vez los ve y no sabe exactamente para qué sirven pero sí intuye que están llamados a protagonizar un parte muy importante de la vida adulta. Podéis medirlos. Podéis palparlos. Podéis recorrerlos con los dedos mientras, con voz candorosa, hacéis preguntas del estilo: ¿es aquí donde le duele?, ¿y si le toco así le duele más?
Cuando llevéis a cabo la representación de esta fantasía erótica, pensad en que estáis representando un tiempo en el que, por no descubrir, ni siquiera habías descubierto el significado de la palabra masturbación. Aún tardarías varios años en hacerlo. Cuando ese momento llegase, tu cuerpo y el de tu prima ya habrían experimentado algunos cambios importantes y tu prima ya te habría borrado de la lista de jugadores con los que a ella le motivaría jugar a médicos.
Qué duda cabe de que para hacer más verídica la representación de esta fantasía erótica se hace imprescindible que los dos estéis completamente rasurados. O, cuanto menos, que los genitales tanto de tu pareja como los tuyos estén más lisos que el culito de un bebé. Después de todo, si queréis representar bien la fantasía de los niños que juegan a médicos, deberéis tener en cuenta que queda muy antinatural en una niña de siete añitos mostrar un pubis velludo. Y que para uno niño de una edad semejante a la de la niña que con él ha decidido jugar a médicos queda igualmente de antinatural mostrar unos genitales convertidos en un bosque de matorrales y arbustos.
Así, preparados, debidamente rasurados y vestidos, debidamente imbuidos de una timidez recuperada desde el arcón del tiempo, podréis por fin jugar a médicos. Es más que probable que en un momento determinado os saltéis el guión y decidáis pasar a jugar a juegos de adultos. No seremos nosotros quien os lo prohibamos. Después de todo, aquellos juegos de médicos de la infancia eran algo así como una especie de juego preliminar e iniciático de lo que un día llegaría gozosamente en serio. Rescatar aquellos juegos puede ser una buena manera de incorporar unos preliminares sugerentes y excitantes a vuestra sexualidad actual. Después de todo, conservar un poco del espíritu infantil es fundamental para envejecer mejor y más lentamente.