Fantasías eróticas a granel
No es cuestión de buscar culpables. No se trata de realizar sesiones de psicoanálisis. No estamos por bucear en los recuerdos más remotos de nuestra infancia para intentar encontrar allí, entre imágenes entrevistas en alguna película no apta y profesoras y pediatras de buen ver, el germen o la semilla de una fantasía sexual concreta que nos ha ido acompañando durante toda la vida y que, en cierto modo, ha estado ahí, en el trastero de nuestro inconsciente, mediatizando en mayor o menor grado nuestra concepción de la sexualidad y nuestra forma de practicarla.
Si no causan daño a nadie, las fantasías sexuales existen para ser vividas. ¿Qué importa en qué momento enraizó en nosotros como una especie de fetiche la imagen de una enfermera provocativa y sexy que se acerca a la cama a curar nuestras heridas y a regalarnos una soberana felación? ¿Qué importa cuándo empezamos a ver en la imagen morbosamente púber de la colegiala díscola el retrato perfecto de esa persona que nos hace babear de deseo? Importa que nuestra pareja se preste a aparecer vestida de enfermera, colegiala o azafata para disfrutar con nosotros, en el transcurso de un juego de rol, de la escenificación de esa fantasía erótica que siempre nos ha producido una excitación especial. Importa que quiera prestarse al juego de presentarse ante nosotros vestida de superwoman o de secretaria o de geisha o de stripper o de camarera o de prostituta… Sin duda, las posibilidades de la imaginación son muchas. Puestos a jugar, se puede jugar a ser Tarzán y Jane. O Julio César y Cleopatra. O hasta Franco y Carmen Polo. ¿Quién nos lo impide? Los juegos privados son los juegos privados y la imaginación, cuando se echa a volar, sabe poco de límites y fronteras.
Los monjes rijosos
Hay algunas fantasías eróticas, sin embargo, que siempre aparecen teñidas con el tinte de lo especialmente irrespetuoso. La moral pesa mucho y la educación recibida, también. Quizás es eso (el tufillo a prohibido, el aroma a pecado) lo que hace a estas fantasías eróticas de la que queremos hablar unas fantasías especialmente excitantes.
Que el hombre o la mujer que participan en esta fantasía erótica (o ambos a la vez) puedan ser un personaje religioso añade a la misma un toque especialmente provocativo. El Marqués de Sade lo sabía bien. Por eso no dudaba en incluir a monjes rijosos y desatadamente lúbricos en sus delirantes escenas que servían para que el libérrimo Sade expusiera sus opiniones demoledoras sobre la moral y la religión. No hace falta que describamos ninguna de esas escenas. Eso sí: recomendamos encarecidamente que todos los amantes del Eros y la sexualidad acudan de vez en cuando a las páginas escritas por el polémico marqués en alguna de sus obras para encontrar no sólo un buen camino para conseguir una más que segura excitación, sino también para incorporar algunas ideas al catálogo de fantasías de cada cual.
En estas fantasías eróticas que el Marqués de Sade convierte en literatura se suele incorporar un elemento de violación que las hace especialmente excitantes. Ese elemento de violación no es tanto el de la violación de un cuerpo como el de la violación de un mandato divino. Igual que Adán y Eva, el religioso o la religiosa que se entrega a degustar las mieles del sexo está violando un mandato que viene de lo más alto. Y eso resulta excitante y divertido.
El pájaro espino
Por ejemplo: lo que más excita de la historia de pasión erótica literario-televisiva entre Ralph de Bricassart y Meggie Carsoon no es el atractivo físico del actor y actriz que representan esos papeles (Richard Chamberlain y Rachel Ward) ni los años que teóricamente se llevan. Lo que eleva el morbo y, con ello, la tensión erótica del lector o del televidente es que él es un sacerdote, alguien que tiene vedado el sexo y que, arrebatado de pasión, se entrega a él como sólo pueden entregarse quienes rompen todos los mandatos y se saltan todas las normas. Esta historia que apuntamos aquí, perteneciente a la serie El pájaro espino, es quizás la historia prototípica en la que intervienen personajes religiosos: la historia del sacerdote que viola sus votos por una mujer que, con sus encantos, consigue arrastrarlo al pecado.
¿Cuántas mujeres que crecieron viendo esa serie no han soñado alguna vez en su vida con hacérselo con alguien como el padre Ralph de Bricassart? El sex appeal de la sotana, se podría llamar. Si eres de esas mujeres, convence a tu pareja. Que alquile una sotana. O que se la haga a medida. Y que se vista de monje, cura, obispo o cardenal. Sin duda el disfraz más resultón es el de cardenal. Quizás también el más elegante. Ese color morado propio de los cardenales, combinado con el negro, resulta muy refinado. Escogiendo el disfraz de cardenal la excitación puede ser doble. A la derivada del elemento religioso puede añadirse la resultante de lo que se ha llamado erótica del poder. La figura de un cardenal puede asociarse fácilmente a la idea de poder. De poder intrigante. De poder en la sombra. De poder oscuro.
Echad a volar vuestra imaginación y construid el argumento que queráis. Por ejemplo: el que narre la historia de un cardenal atormentado por la imagen de una feligresa que le recuerda terriblemente a aquella prima que una vez vio desnuda por la puerta entreabierta del lavabo, en el pueblo, cuando toda la familia acudía a la misma casa a veranear. O el que cuenta la historia de un sacerdote medieval que precisa del apoyo económico de una marquesa viuda para poder optar al puesto de obispo. Seguro que se te ocurre alguna historia más. Seguro que elaboráis una bella, excitante e irreverente historia de sexo desbocado entre un sacerdote y una feligresa.
Eso sí: un consejo. Dentro de la amplia gama de posibilidades que brinda la fantasía erótica en la que intervengan personajes religiosos nosotros dejaríamos la figura papal (tal y como está entendida hoy en día) excluida de este tipo de fantasías eróticas. Creemos que en ella no hay sombra ni erótica del poder. El poder es ahí tan evidente o tan delegado que resultará sexualmente inocuo. El Poder religioso con mayúsculas y que es, en sí mismo, mandato divino o esclavo de ese mandato, queda excluido del morbo de esta fantasía. La blancura de las vestimentas papales tampoco ayudan. Tienen una connotación demasiado pura. Mejor recurrir a lo oscuro. Está más cercano a lo demoníaco y, por supuesto, siempre será más divertido un diablo que un santo. Así que ya sabes: sueña con la lengua de Richelieu pero olvida el pene del Papa Luna. Disfrutarás mucho más.