Sexo al aire libre

También en cuestiones de sexo hay palabras que se ponen de moda. De repente, todo el mundo las cita. Pasó con el BDSM cuando Cincuenta sombras de Grey pasó de ser una trilogía de novelas a un fenómeno de masas y está pasando con una palabra que, en cierto modo, deriva también de todo ese fenómeno nacido de la combinación entre la novela de E.L. James y la película de Sam Taylor-Wood. Esa palabra es dogging y hace referencia a practicar sexo al aire libre y ante o con personas desconocidas.

El exhibicionismo, el voyeurismo y el intercambio de parejas forman parte, en mayor o menor grado, de esta práctica sexual que apareció en la década de los 70 en Inglaterra y que, desde entonces, se ha ido extendiendo por algunos países. Sin ir más lejos, en un libro muy polémico en su tiempo, la crítica de arte y escritora francesa Catherine Millet explicaba cómo había participado en algunos encuentros de este tipo (con desconocidos y al aire libre) en los alrededores del parisino Bois de Bologne o en algunas plazas y aceras cercanas al mismo. En ese libro, La vida sexual de Catherine M., la experta en arte que es Millet pinta con palabras una especie de cuadros que no dejan de ser otra cosa que magníficas escenas sexuales. Entre ellas podemos encontrar algunas que podrían encuadrarse perfectamente en lo que hoy conocemos como dogging.

Sobre el origen etimológico del dogging existen diversas teorías. Todas coinciden, sin embargo, en que proviene del término “dog” (perro). Una de esas teorías sostiene que es el acto de pasear al perro el que da nombre al dogging. Después de todo, no son pocas las parejas (fijas o eventuales) que han nacido en un parque y que han sido formadas por personas que se han conocido al sacar a pasear su mascota. Otra teoría sostiene que la palabra dogging deriva de practicar el sexo como los perros, es decir, en público, sin vergüenza alguna de mostrarse ante los demás en tal coyuntura. Finalmente, hay una teoría que apunta a que la estrechez de los automóviles obliga a elegir una postura erótica, la del perrito, que es, finalmente, la que da nombre al dogging.

Por cierto: si eres reacio a utilizar palabras inglesas al hablar y quieres referirte a esta práctica, tienes la opción de recurrir al término cancaneo para referirte a ella. ¿Por qué cancaneo? Muy sencillo: si dogging viene de “dog”, cancaneo viene de can.

Otra cosa que debes tener presente a nivel lingüístico cuando se habla de dogging es que este término hace referencia a una práctica sexual entre personas heterosexuales. La práctica sexual al aire libre con personas más o menos desconocidas y con connotaciones de exhibicionismo entre personas homosexuales recibe otro nombre y ese nombre es cruising.

Tipos de dogging

Dentro del dogging existen diversas modalidades de práctica. Para unas personas, el dogging consistirá en hacerlo con personas desconocidas. Para otros, el dogging tendrá unas connotaciones voyeuristas mucho más claras. Las redes sociales han puesto en manos de los doggers (así se llaman las personas a las que les gusta exhibirse en un sitio público) un maravilloso instrumento para concertar unas citas que, antes del nacimiento de estas redes sociales, se realizada de una manera mucho menos coordinada. Si antes existían lugares conocidos por los aficionados al dogging y que se mantenían como lugares de encuentro hasta que la policía los descubría, ahora los foros y redes sociales permiten no sólo poner en contacto a las personas interesadas en esta práctica sexual y organizar encuentros, sino también delimitar claramente las reglas de este encuentro. Una página como Dogging Spain, por ejemplo, tiene unos 300.000 usuarios. Abierta en 2004 por una mujer, actualmente cuenta con un total de 13 personas para atenderla. En 2009 vio también la luz mispicaderos.com, una página que te ofrece la posibilidad de descubrir más de 11.000 lugares en toda la geografía española en los que tener relaciones íntimas. En esas páginas pueden concertarse citas.

Las reglas de un encuentro de doggers deben servir para marcar las pautas de comportamiento tanto de las personas que vayan a exhibirse como de las que vaya a mirar o, en su caso, a participar activamente en la práctica erótica. Por ejemplo: puede determinarse un lugar de encuentro al que se acuda con coches y dejar claro que unas luces intermitentes en un coche son una invitación a acercarse a mirar o que una ventanilla bajada lo es para tocar o, incluso, para participar en la fiesta sexual que se esté desarrollando dentro del automóvil. A estas normas de comportamiento se suele añadir una que acostumbra a ser de inapelable cumplimiento: la de evitar cualquier tipo de relación que vaya más allá de ese fugaz encuentro y la de no volverse a ver nunca más.

Otra de las condiciones que deben darse para contemplar una de estas relaciones como dogging es la de no llevar, bajo ningún concepto, la práctica sexual a un domicilio, habitación de hotel, etc. El sexo debe ser practicado al aire libre.

Si se desea participar en una sesión de dogging hay que tener en cuenta que es una práctica que entraña ciertos riesgos. No dudamos que estos riesgos aportan cierto morbo a la práctica y que es sin duda ese morbo el que la convierte en algo atrayente para las personas, pero eso no quiere decir que se deba acudir a un encuentro dogging sin tomar una serie de medidas. Una, fundamental, es la de acudir siempre, absolutamente siempre, provisto o provista de preservativos. No hace falta recordar que el preservativo es el instrumento más adecuado para evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Pero no es el posible contagio de una ETS el único ni más importante peligro que puede plantear el dogging. Existe el riesgo físico a sufrir algún tipo de daño y también el de que la otra persona no entienda bien las reglas del juego y quiera convertir la fugaz relación en algo que vaya más allá de un simple encuentro casi casual para practicar sexo.

Por otro lado, hay que tener presente que, a la hora de practicar sexo, cada persona tiene unos gustos determinados. Lo que a una persona puede gustarle a otra puede dejarla indiferente o, directamente, repugnarla. Teniendo eso presente, hay que respetar absolutamente toda negativa de alguno de los participantes en el encuentro sexual a realizar una práctica determinada. Nadie debe hacer en nombre del dogging lo que en una relación sexual más convencional no realizaría.