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culo

Dos parejas muy bien avenidas (Fin)

Las manos de Edurne eran más ardientes que las de Marta. Yo las notaba como si fueran fuego mientras me masajeaban los cojones. Sabias manos, las de Edurne. Lo constaté al instante. Sabían acariciarme las pelotas mientras dejaban un dedo libre que, osado, avanzaba hacia los aledaños de aquella parte de mi cuerpo que sólo de vez en cuando la lengua de Marta había visitado y que sólo su dedo se había atrevido a profanar.

Dos parejas muy bien avenidas (7ª Parte)

Desabroché mis pantalones y me los quité. Fue la propia Marta, que se había incorporado, la que se encargó de bajarme los bóxer. Al bajármelos sentí el latigazo de mi polla, erecta, en mi vientre. La lengua de Marta empezó a juguetear con mis pelotas, a moverlas de lado a lado, a mordisquearlas suavemente mientras, con la punta de los dedos, jugueteaba con mi glande.

Dos parejas muy bien avenidas (2ª Parte)

Lo primero que distinguí desde la puerta entreabierta del salón fue el culo desnudo y perfectamente reconocible de mi mujer. Lo hubiera distinguido entre un millar de culos. No en vano lo había lamido un sinfín de veces y había entrado en él otras tantas. Siempre me había gustado su acogedora estrechez, el modo de palpitar alrededor de mi polla cuando lo penetraba.

Dos parejas muy bien avenidas

-Sí, sí, sí, lléname el culo, rómpemelo, métemela hasta dentro- me dice Edurne, y esa voz pespunteada de gemidos que suplica la sodomía, que la implora, que la exige, compaginada con el gesto obsceno que se dibuja en el rostro de mi mujer me lleva al borde mismo de un orgasmo que no puedo reprimir, que me puede, que me empuja a sacarla del culo de Edurne y a derramarme sobre sus nalgas y su espalda mientras Víctor, con la polla ya fuera de la boca de mi mujer, vacía su lechada sobre el pecho de ésta.

La confesión de la maestra ( y VIII)

Quien piense que R es sólo un adolescente que se trague sus escrúpulos morales y que, por una vez en la vida, se vaya con él a la cama. Si es una mujer, que se deje llevar por R. Que no diga que no si R quiere metérsela en la boca. Que no se niegue a sentir en su ano la lengua juguetona de R. Que no se sorprenda si la boca de R pone su coño en ebullición. Y si es un hombre, que tome buena nota.