La teoría de Joel Block
“¿Qué es lo más apropiado para nuestras vidas sexuales: los festines poco frecuentes o los más habituales tentempiés que nos abren el apetito y nos dejan con ganas de más?” Esta pregunta no la realiza Karlos Arguiñano ni Ferran Adrià ni David Muñoz ni José Andrés ni ninguno de los muchos cocineros estrellas que tenemos en nuestro país. Esta pregunta, que parece encerrar en sus entrañas conceptos como calorías, nutrientes, proteínas, etc., la hizo en su momento Joel Block, un afamado psicólogo y terapeuta sexual afincado en Long Island (New York, EEUU), y estaba referida a la importancia o no del quickie o polvo rápido.
Joel Block reconoce en su obra The Art of quickie: Fast sex, fast orgasm, anytime, Anywhere (El arte del quickie: sexo rápido, orgasmo rápido, a cualquier hora y en cualquier lugar) que con demasiada frecuencia se recomienda largas sesiones de romance y muchos preliminares eróticos para animar la vida sexual de aquellas parejas que, por un motivo o por otro, han visto desaparecer de su vida el elemento pasional. Block señala en la obra mencionada cómo dicho consejo puede ser, en bastantes casos, contraproducente. ¿Cómo inyectar vitalidad a una vida sexual adormecida a base de algo (el slow sex) que en principio requiere paciencia y vitalidad?
El consejo de Block es que se opte por lo rápido, y lo rápido es el quickie, el polvo rápido, el aquí te pillo y aquí te mato. La práctica de ese tipo de sexo nos devuelve de una manera quizás simbólica a la adolescencia, a ese tiempo en el que todo es nuevo y excitante. El quickie, el transgresor, sorpresivo y atropellado quickie, tiene una virtud: es, de alguna manera, un puñetazo que se da en todos los morros a la monotonía. El quickie nos saca de ella, nos zarandea, hace que nos despertemos, nos devuelve a la vida.
Alabanza del quickie
En una sociedad como la actual, en la que las obligaciones nos atropellan y en la que es difícil buscar un hueco en nuestra agenda aunque ese hueco sea para gozar de la maravilla del sexo, el quickie se convierte en una magnífica opción para no jubilarse de la práctica sexual o, cuanto menos, para no oxidarse como amante. El quickie instala la práctica del sexo en lo cotidiano y no hace de él algo premeditado y reservado para grandes ocasiones. El quickie, gracias quizás a su espontaneidad, resta trascendencia a un sexo que, programado, pierde gran parte de su encanto. Si la pasión es la madre el sexo, el quickie es el fruto perfecto de una pasión que de repente se desborda y se sale de sus cauces.
Una de las señales más evidentes de que se está envejeciendo sexualmente (o, cuanto menos, de que se está perdiendo esa chispa de los años de adolescencia y juventud) es la de la conversión del sexo en algo previsiblemente programado. Lo del “sábado, sabadete” no es ninguna broma. Es la señal que, más que materia de chiste, debería ser señal de alarma para todos nosotros. Quien convierte el sexo en algo que sucede los sábados se arriesga a convertir el sexo en algo que sucedía en el pasado. El quickie es una buena manera de evitar que eso suceda.
Ya sabemos que los años nos quitan flexibilidad. Ya sabemos que la fuerza de los veinte años no es la fuerza de los cincuenta. Ya sabemos que no nos movemos con la misma ligereza. Pero hay que saber adaptarse al paso del tiempo. Lo que no hay que hacer, bajo ningún concepto, es resignarse a la lenta y progresiva desaparición del sexo de entre las actividades de nuestra vida.
Humilde pero muy placentero
El polvo rápido, después de todo, no exige grandes cosas. Las proezas sexuales quedan reservadas para el reino de la fantasía o, llegada cierta edad, para el del recuerdo. El quickie, por no exigir, no exige ni siquiera que exista penetración. A estas alturas del partido ya deberíamos saber que el sexo es algo más que el coito. La masturbación, por ejemplo, puede servir para vivir un intenso momento de sexo rápido. O el sexo oral. Estas prácticas tienen, además, una virtud que nunca deberíamos pasar por alto: la de poder realizarse casi en cualquier lugar. No es necesario reservar una habitación de hotel para gozar de una buena sesión de sexo oral.
En este blog hemos hablado de muchos lugares en los que se puede disfrutar de un quickie o de una maravillosa e inolvidable sesión de sexo fugaz. Hemos hablado del polvo rápido en la oficina, del sexo en el ascensor, del sexo en un fotomatón, de una rápida y gozosa sesión de sexo oral en un probador… Si has gozado alguna vez de alguna experiencia sexual de este tipo a lo largo de tu vida es probable que perviva en tu memoria con un brillo especial y un calor que, muy probablemente, todavía tenga la fuerza necesaria como para caldearte y para hacer que, de repente, tengas la necesidad de disfrutar de algo más que de un simple acariciarte.
Por contraste con ese recuerdo vívido y diríase que casi imperecedero de un quickie pegado en un probador o de una mamada rápida gozada en un cuarto cualquiera de la empresa, ¿cuántos polvos dados algún “sábado sabadete” no se han escurrido por el sumidero del olvido, cuántas noches de hotel no se han borrado de la memoria, cuántas horas de preliminares no se han perdido entre las sombras siempre espesas del ayer?
Introduce el quickie en tu vida. Conviértelo en compañero de viaje. Defiende con tus actos la valía levantisca y revolucionara del fast sex frente a las exigencias casi nobiliarias del slow sex. La pasión no sabe ni debe saber de programaciones. Volviendo al lenguaje culiniario: está bien comerse un buen magret de pato o un carpaccio de ternera con aroma de cereza o un arroz meloso con almejas y vieiras, pero eso no debe impedir que despreciemos el placer de saborear de tanto en tanto una buena hamburguesa o un döner kebab o un bocata de calamares. Saber disfrutar de la sencillez es saber disfrutar de la vida. Y para gozar del sexo no se necesitan ni sábanas de seda ni lujosas habitaciones de hotel ni un puñado de horas por delante. Bastan las ganas, la compañía y unos cuantos minutos para darse un pequeño-gran gusto.