A la orilla del mar
Pocos lugares invitan tanto a la lujuria como la playa. Cuerpos bronceados, pieles que relucen bajo el sol, el sonido del mar acunando nuestros sentidos y, por supuesto, el sol. Pocas cosas como el sol a la hora de poner en funcionamiento nuestras endorfinas. Éstas se activan y, activadas, nos dejan a merced de nuestros deseos más íntimos. Y nuestros deseos acostumbran a ser muy traviesos. Tanto, que pueden empezar a girar sobre un objetivo único: el de hacer el amor con nuestra pareja ahí mismo, en la playa.
¿Imposible? Ni mucho menos. De hecho, para llevar a la práctica el deseo sexual de hacer el amor en la playa bastan dos cosas: dos grandes toallas de playa y una sombrilla. Si se tiene un afán especialmente exhibicionista puede prescindirse, incluso, de la sombrilla.
Colocar adecuadamente una de las toallas de playa es fundamental. Lo importante es que la arena caliente no toque el cuerpo. Puede ser especialmente desagradable, sobre todo si, por ejemplo, la arena llega a estar en contacto con la vagina de la mujer.
Los prolegómenos pueden ser tan sencillos como aparentemente inocentes. ¿Quién no ha dado crema a su pareja alguna vez en la vida? Seguramente lo ha hecho toda aquella persona que ha acudido con su pareja a la playa. Pero la crema protectora o el aceite bronceador pueden aplicarse de muchas maneras. Añadir sensualidad al movimiento (como si se realizara un masaje de connotaciones eróticas) puede ser una excelente manera de subir la temperatura sexual de la pareja. De ponerla a tono. De ir excitando su libido.
Ocultos tras la sombrilla
Una vez a tono, resulta primordial buscar la manera de ocultarse, dentro de lo posible, de las miradas de la gente. Una nevera de playa puede servir si se coloca estratégicamente. También puede servir para guardar ese helado que, extraído de la nevera, pueda pasearse sobre el cuerpo de tu pareja, provocando sensaciones y escalofríos tanto a lo largo de la espalda como entre sus muslos.
Llegado a ese punto será necesario, seguramente, pasar a mayores. Los cuerpos (cada uno a su manera) lo estarán pidiendo. Ni siquiera será preciso desnudarlos. Bastará con retirar un poco los bañadores y con taparse con una de las toallas. Para ser discretos se recomienda que los movimientos sean pausados, lentos. Que no se dejen arrebatar por el brusco vaivén de la pasión desbocada.
La sombrilla, al igual que la nevera de playa, cumple una función fundamental si deseas mantener sexo en la playa: la de ocultarte a la mirada de los demás.
El sexo en la playa ofrece la posibilidad de una segunda variante. Esa variante se fundamenta en la nocturnidad. Que el sexo sea realizado de noche permite una mayor libertad. En la playa no habrá familias ni niños correteando entre castillos de arena ni adolescentes con las hormonas en ebullición jugando al bádminton junto a la orilla. La noche ofrecerá el manto protector de su oscuridad a todas aquellas parejas que deseen entregarse a las exigencias de su deseo a la orilla del mar.
La noche permitirá una posibilidad que, de día, resulta bastante improbable: la de sentarse justo en la orilla, en ese espacio recorrido una y otra vez por el lamido ritual de las olas. El chico se sentará sobre la arena y la chica lo hará sobre las piernas de él, envolviendo con las piernas la cintura del muchacho. Encajados hombre y mujer, serán las olas quienes vayan marcando el ritmo del coito. Sólo habrá que abandonarse entonces a los caprichos de la naturaleza para sentir los efectos absolutamente deliciosos de su magia.
Una sesión diurna o nocturna de sexo en la playa es una deliciosa manera de celebrar la pasión de la pareja y de practicar una apasionada y excitante sesión de sexo fugaz.?