Disforia postcoital

Disforia postcoital. Ése es el nombre de una sensación que algunas mujeres experimentan tras gozar de la maravilla del orgasmo, una especie de tristeza en la que se mezclan sentimientos de inquietud, ansiedad, arrepentimiento o irritabilidad que, sin ser exactamente una depresión, puede durar apenas unos minutos o que puede durar, incluso, algunos días. La estadística dice que al 10% de las mujeres les pasa regularmente y que el 46% de ellas lo sufrirá alguna vez en su vida.

Esta estadística ha sido editada por la Universidad de Tecnología de Queensland (Australia), que ha intentado estudiar el fenómeno de la disforia postcoital o depresión post-coito. Los resultados de dicho estudio fueron publicados por la referida Universidad en el International Journal of Sexual Health.

Dichos resultados no han acabado de dar una explicación completa de qué mecanismos se dan en el organismo para que se produzca esa depresión post-sexo. Sí que apuntan, sin embargo, a la posibilidad de que la disforia postcoital sea el resultado de una especie de desorden hormonal que se produzca durante la práctica sexual. Sí está estudiado que en la excitación sexual interviene activamente la dopamina. Tras el orgasmo, tras ese estallido de placer, el cuerpo segrega prolactina. El equilibrio entre estas dos hormonas proporcionaría a la persona una agradable sensación de placer. En caso de desequilibrio, lo que se produciría sería esa sensación de vacío o tristeza que conocemos como depresión post-coito.

Richard Friedman, psiquiatra estadounidense, ha dado una explicación a la disforia postcoital. Para él, la depresión post-coito es debida a que, tras el clímax, las sensaciones de miedo o de ansiedad que el cerebro había bloqueado durante la práctica sexual afloran de nuevo y con una intensidad que, en algunos casos, pueden provocar esas sensaciones de angustia que caracterizan la disforia postcoital.

De la unión absoluta a la soledad

Sigmund Freud, el mítico padre del psicoanálisis, dio en su momento otra explicación sobre el fenómeno de la depresión postcoital. Para Freud, el coito es una forma de evadir una soledad que, después de todo, es una soledad inherente al ser humano. Durante el acto sexual, el ser humano está dentro de otro o fundido con otro. Tras el coito, el ser humano descubre algo que durante el tiempo del coito había olvidado. Ese algo es que está solo. Irremisiblemente solo. El punto final del coito ha significado, pues, que se pierda esa compañía radical y completa que aligeraba ese sentimiento de soledad. Ese sentimiento de pérdida, pues, sería el responsable máximo de la disforia postcoital.

Otros terapeutas y psicólogos han apuntado a otras motivaciones que puedan conducir a experimentar esa sensación de vacío propia de la depresión post-coito. Entre ellas figurarían los miedos personales, los traumas que se hayan podido experimentar a lo largo de la vida erótica, el hecho de haber sufrido algún tipo de abuso sexual, el estrés, la autoexigencia, la decepción al ver cómo la realización de alguna fantasía no está a la altura de las expectativas creadas por la propia fantasía…

Todos estos factores nos hacen plantearnos la importancia de ese tiempo postcoital al que algunos han llamado el “tercer tiempo”. Tras el tiempo de los prolegómenos y el del coito en sí, el tercer tiempo, el tiempo del postcoito, tiene sus propias normas y exige de algunos comportamientos para que, en cierto modo, ese tiempo sea semejante a lo que, en términos de navegación aérea, sea un suave aterrizaje. Los mimos deben protagonizar este tiempo del mismo modo que los besos y las caricias deben protagonizar los prolegómenos del acto sexual propiamente dicho.