Visiones de la menstruación
Por mucho que poco a poco se hayan eliminando tabúes en el universo de la sexualidad y de las relaciones sexuales, todavía siguen perdurando algunos temas que suelen eludirse en las conversaciones. El de la menstruación es uno de ellos. Que el hombre siempre haya tenido ciertas prevenciones hacia la menstruación (pocas cosas hacen tan visibles las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer como lo hace la menstruación) podría explicar el porqué de ese velo de silencio que históricamente se ha corrido sobre ella.
Una sociedad patriarcal como históricamente lo ha sido la nuestra no ha prestado demasiada atención a algo que se ha considerado intrínsecamente femenino. En este artículo vamos a intentar realizar un repaso de las diferentes visiones que, a lo largo de la Historia, se ha tenido sobre la menstruación.
Las primeras referencias a ellas las podemos encontrar en Plinio El Viejo, un escritor, científico, naturalista y militar latino que vivió a principios de nuestra Era. Plinio El Viejo dejó escrito, por ejemplo, que una mujer menstruante desnuda era capaz de prevenir el granizo y los relámpagos y podía, también, ahuyentar insectos y plagas de las siembras. Si Plinio El Viejo, estudioso y científico, tenía esa visión de la menstruación, ¿qué podía pensar sobre ella, entonces, el romano de a pie? Estremece el simple hecho de imaginarlo. Aunque hay que reconocer que Plinio El Viejo, al menos, asociaba efectos positivos a la menstruación. Al menos no consideraba la menstruación un castigo (como sí hacían los mayas) ni motivo para recluir y separar a las mujeres del grupo como, siguiendo las leyes de Niddah, hacían los antiguos hebreos.
Las primeras compresas
Las mujeres, mientras tanto, buscaban la manera de contener o disimular la sangre menstrual. Se tienen indicios que apuntan a que las mujeres de las civilizaciones antiguas utilizaban una especie de taparrabos lavable que les servía para contener la sangre durante los días de la regla. También existen indicios de que las antiguas egipcias utilizaban un papiro que, humedecido y suavizado, actuaba, en el interior de la vagina, a modo de tampón. Las romanas, al parecer, utilizaban compresas de lana. Las mujeres de las diferentes culturas mediterráneas, por su parte, también utilizaban esponjas naturales para enfrentarse a la menstruación.
¿Y las mujeres de las culturas nativas americanas? ¿Cómo se enfrentaban estas mujeres a la regla? Al parecer, utilizaban para contener o disimular la sangre menstrual corteza de cedro. Esto, aunque puede parecernos doloroso e incómodo, no lo debía ser tanto como pensamos. Hay que pensar que la corteza de cedro es muy absorbente, al tiempo que ligera y delgada. Mirándolo desde este punto de vista, no parece tan descabellado el utilizar la corteza de cedro como compresa durante los días de la menstruación.
Las mujeres de la norteamericana tribu Arikara, por su parte, utilizaban pieles de búfalo. Una vez curtida y ablandada, había partes de la piel del búfalo que podían resultar lo suficientemente suaves y cómodas como para ser utilizadas como compresas.
Aunque parezca mentira, sabemos más de cómo se enfrentaban las mujeres del Antiguo Egipto a la menstruación que de cómo lo hacían las mujeres europeas de la Edad Media. Y es que durante esos años oscuros el peso de lo religioso fue muy fuerte y se tendía a evitar cualquier referencia a la menstruación. Hay historiadoras que apuntan a la posibilidad de que las mujeres utilizaran, de tanto en tanto, trapos y telas absorbentes, aunque señalan que la mayoría de las mujeres dejaban fluir la sangre libremente, con lo que sangraban en sus vestidos. La triste realidad era que las mujeres campesinas o las de pocos recursos no podían ponerse apósitos de tela ni cambiarse de ropa siempre que quisieran.
A finales del siglo XIX se empezó a recomendar, desde las instancias médicas, el uso de telas y compresas para enfrentarse a la menstruación y, al mismo tiempo, mejorar la higiene. De estas recomendaciones surgió lo que conocía como cinta sanitaria de Indiana. Esta cinta, colocada debajo de la ropa, servía para sujetar almohadillas o compresas lavables.
Las compresas desechables
Fue a finales del siglo XIX también cuando Johnson & Johnson comercializó las compresas desechables. No tuvieron éxito. ¿Por qué? Porque las mujeres de la época sentían vergüenza cuando, en la tienda, debían pedir “toallas femeninas”. El tabú y el pudor, en este caso, se impusieron a la visión profética y comercial de la gente de Johnson & Johnson. Tuvo que llegar la Primera Guerra Mundial para que cambiara la visión sobre las vendas desechables. Las enfermeras de Cruz Roja comprobaron las utilidades del rayón como material absorbente en lugar del algodón al tratar a los heridos y decidieron utilizarlo para elaborar sus propias compresas.
En 1921, y sirviéndose de la experiencia de la Gran Guerra, una empresa alemana comercializó las compresas femeninas y lo hizo con un nombre mucho más sugerente que el de Toallas Femeninas. Camelia fue el nombre elegido para la marca de compresas para la mujer. Las compresas desechables comercializadas por esta empresa alemana se parecían a los pañales de los bebés que se comercializan hoy en día.
Este tipo de compresas se utilizó hasta la llegada de los años 70. En esa década se produjeron dos avances que revolucionaron el mundo de las compresas:
- La aparición del poliacrilato de sodio, un polímero superabsorbente.
- La aparición de los adhesivos en las compresas.
Tras estos dos avances, las famosas alitas fueron el último avance en la fabricación de las compresas para la menstruación.
Los tampones
En párrafos anteriores vimos cómo las mujeres del Antiguo Egipto ya utilizaban papiros enrollados a modo de tampón. Varios siglos después, en el siglo VI d.C., los griegos de Crimea elaboraban tampones con lana peinada y enrollada para las mujeres nobles de Bizancio. Otras culturas también utilizaron papel, fibras vegetales o rollos de hierba con el mismo fin. Finalmente, en 1929, el doctor Earle C. Haas elaboró el primer tampón moderno. Fue él mismo quien lo patentó y empezó a comercializar con el nombre de Tampax. En 1936, tras la compra de la patente por Ellery Mann, una campaña de publicidad por todos los Estados Unidos hizo que el tampón y su uso empezara a normalizarse. A ello ayudaron, sin duda, los anuncios que empezaron a verse en publicaciones como Life o Cosmopolitan.
Las copas menstruales
Durante el último tercio del siglo XIX empezaron a verse las primeras copas menstruales. No fue hasta el siglo XX, sin embargo, cuando se empezó a producir industrialmente. El hecho de que muchas mujeres la consideraran grande, rígida e incómoda y que se produjera escasez de látex (material con el que estaba hecho), hizo que su fabricación se interrumpiera en 1963.
Varios años después, sin embargo, la copa menstrual, destinada a recoger el flujo menstrual durante la menstruación, comenzó de nuevo a fabricarse, también en látex, y en dos tamaños: uno para las mujeres jóvenes y sin hijos y otro para las mujeres que ya han procreado. Posteriormente, y debidos a los problemas de alergia que podían ocasionar las copas menstruales de látex, empezaron a fabricarse las copas menstruales de silicona médica.