El amor mítico de Han y Leia
Toda sobredosis causa sus propios delirios. Durante estos meses hemos sido bombardeados por mil y una imágenes que nos remitían lo quisiéramos o no al universo Star Wars. Los spots publicitarios se multiplicaban, las estanterías de las jugueterías se llenaban de mil y un juguetes que no hacían sino demostrar hasta qué punto puede ser variopinto el merchandising de un fenómeno de masas como es la saga cinematográfica que inaugurara Georges Lucas allá por los setenta y hemos podido, de nuevo, visionar en televisión las hasta hace pocos meses seis películas que formaban la zaga.
En esas películas hemos visto de nuevo a los cazas del imperio surcando los espacios interestelares a la caza del tan aparatoso como escurridizo Halcón Milenario, hemos contemplado por enésima vez al lóbrego Darth Vader asumir y proclamar su paternidad ante los ojos atónitos y doloridos de Luke Skywalker, hemos vibrado al ver estallar en mil pedazos la Estrella de la Muerte y nos hemos ido a la cama con una sonrisa colgada de los labios recordando las pequeñas disputas casi matrimoniales entre un tarambana e irónico aunque heroico Han Solo y una Princesa Leia que se nos desveló repentinamente deseable y carnal cuando, desprovista de su túnica y su peinado de ensaimadas colocadas a modo de orejeras, aparecía vestida con un maravilloso y muy sensual bikini de esclava y sometida por Jabba el Hutt, una especie de babosa gigantesca y repelente a la que la propia Leia acabó estrangulando.
Ciertamente, las disputas entre Han Solo y la princesa Leia tenían un mucho de vieja disputa matrimonial, pero aquello bastaba para que nosotros, desprovistos en aquel tiempo de mayores alicientes eróticos (internet no existía e imaginar que un día podríamos llegar a asomarnos a un sinfín de videos sexuales con apenas teclear cuatro términos anglófonos del tipo bukkake, cumshot, blowjob o girl on girl era algo que escapaba a nuestra capacidad de fabulación), nos fuéramos a la cama con una idea rondando en la cabeza: ¿por qué no podía suceder que Han y Leia, dejándose llevar por el ardor de su incipiente pasión, fueran algo más allá de los besos y se entregaran a las delicias de un revolcón galáctico?
Sexo en las estrellas
Esa idea debió quedar grabada en nuestra imaginación erótica porque ahora, tantos años después y contemplada la saga con la vista resabiada de la experiencia, nos decimos que, después de haberlo hecho en los probadores de unos grandes almacenes, en el lavabo de un bar, en la playa, en el asiento trasero de un coche o en un ascensor, y de haber jugado a juegos de rol en el que tan pronto somos policías como somos ladrones y en el que nuestra pareja se convierte en la sexy enfermera que nos masturba o nos lame o en la inflexible profesora que nos azota el trasero para castigar nuestros errores, después de haber experimentado todo eso con mayor o menor fortuna, con mayor o menor placer, nos seduce la idea de hacer el amor en el espacio.
Pero, ¿puede practicarse sexo en el espacio? ¿Se puede follar allí donde la gravedad no existe? ¿Es factible? Y si lo es… ¿es peligroso para la salud?
Todas esas preguntas penden como hojas de guillotina sobre nuestra fantasía erótica amenazando con dejarla reducida a un tronco que, sin cabeza, se desangra exánime junto al capazo de esparto en el que apilamos nuestros sueños frustrados.
La primera dificultad que se nos aparece al plantearnos la posibilidad de practicar sexo en el espacio es la de conseguir la penetración. Es más: hay científicos que incluso llegan a preguntarse si puede llegar a producirse la erección. La erección, como sabemos, es fruto de la circulación sanguínea. Sin sangre que circule libremente y a sus anchas no hay erección que valga. Y la circulación sanguínea no es, de entre las funciones corporales del ser humano, la que más perfectamente funciona en situaciones de falta de gravedad. Eso, desde luego, es un hándicap a la hora de convertir en realidad nuestra fantasía: muy posiblemente podría impedirnos cumplir nuestro sueño de tener sexo en el espacio.
Pero seamos inasequibles al desaliento y, armados de optimismo y ebrios de esperanza, pensemos que sí, que nuestro deseo es tan grande y nuestra circulación sanguínea tan ejemplar e incontenible que funcionará de una manera tan perfecta y desahogada que, una vez en el espacio, y flotando como un globo en el espacio no demasiado sensual de la cápsula espacial (ningún experto en Feng Shui nos la recomendaría como espacio idóneo para hacer el amor) nada nos impedirá tener una efectiva y duradera erección que nos permitirá ejecutar el siempre capital acto de la penetración.
Maldito Newton
Una vez conseguida esa penetración, tampoco parece demasiado sencillo el evitar que la pareja que hace el amor en el espacio se separe si no es sujetándose firmemente a cualquier agarradero que se pueda encontrar dentro de la nave. Los que saben de física hablan de una de las Leyes de Newton como de la responsable de la existencia de esa traba que no parece jugar a favor de la realización de nuestra fantasía erótico-espacial.
Esa dificultad de anclaje, combinándose con el carácter impulsivo que la pasión puede inocular en nuestros movimientos, puede llevarnos a convertirnos en una especie de bola que, en un incesante zigzag por el pinball flotante de la nave espacial, irá golpeándose incesantemente contra las esquinas mecánicas de la misma.
Algo que también hay que tener en cuenta cuando se habla de practicar sexo en el espacio es el problema del sudor. Al parecer, se suda más en el espacio. Además, ese sudor no se libera del cuerpo y queda enganchado a él formando sobre el mismo una película que puede ser, en los casos de personas más sudorosas, algo espesa. Esto, lógicamente, no parece muy agradable a la hora de hacer el amor y puede hacer desistir a más de una persona de cumplir su fantasía de mantener relaciones sexuales en el espacio.
Sin duda, nada de esto parecía presagiarse cuando Han Solo y la Princesa Leia compartían espacio en la cabina del Halcón Milenario. Allí no existía la gravedad y las ropas no tenían nada que ver con esos aparatosos trajes de astronautas que observamos en las fotos que nos brinda la NASA. El bikini de Leia, o aquella túnica blanca bajo la que podía intuirse la turgencia acogedora de sus pechos, parecía ropajes más adecuados para que pudiera hacerse realidad nuestro sueño de mantener sexo en el espacio. Siempre nos quedará la opción de vestirnos como ellos y, así, practicar un juego de rol que nos sirva para dar un toque más hot a cualquier pasaje de Una nueva esperanza, El Imperio contraataca o El retorno del Jedi, las tres películas de la saga en las que aparecen Leia y Han.