El placer de mirar

Que mirar cómo otros practican sexo resulta en mayor o menor medida excitante es algo que no admite discusión. El éxito de las webs de porno en streaming confirma dicha afirmación como ya antes la confirmaba el éxito del cine pornográfico. Todos tenemos, pues, un cierto grado de voyeurismo. Todos somos un poco mirones. Existe un punto, sin embargo, en que esta tendencia natural a excitarse contemplado el acto sexual de los demás puede convertirse en voyeurismo puro. Ese punto, que marca el límite entre un comportamiento sexual normal y la parafilia, viene determinado porque el hecho de mirar se convierta en algo imprescindible y absolutamente necesario para que el placer sexual exista.

¿Es voyeur quien mira fotos eróticas, contempla porno por internet o acude a los shows para adultos? ¿Es voyeur quien disfruta contemplando como su pareja se masturba? No. De hecho, estas actividades pueden resultar muy estimulantes y enriquecedoras. Tampoco lo son quienes, de alguna manera, coquetean con el exhibicionismo buscando la adrenalina necesaria para añadir excitación a sus relaciones sexuales. Dentro de este grupo podríamos encontrar a los amantes del dogging, esas personas que gustan de mantener relaciones sexuales en lugares públicos y que anuncian en foros sociales en qué lugar van a mantenerlas para que, así, acudan voyeurs que, en algunos casos, pueden tener la opción de participar como protagonistas de dicho encuentro sexual.

El comportamiento del mirón

El voyeur o mirón de toda la vida puede seguir a una pareja para, después, masturbarse. O puede hacerlo tras contemplar cómo una pareja se besa. O puede pagar para ver cómo dos personas follan. El voyeur puede utilizar prismáticos para mirar desde lejos e, incluso, puede buscar la manera de instalar una cámara en lugares donde puede capturar las imágenes que a él le sirven de estimulante. La incorporación de las cámaras en los teléfonos móviles (lo que permite grabar o fotografiar para, después, revisitar la escena o publicitarla) ha cambiado el perfil del voyeur.

Más allá de la utilización chantajista que pudiera hacerse de dichas imágenes (actuación que, todo sea dicho, no cuadra con la actitud habitual del voyeur, que huye de toda posibilidad de enfrentamiento y se limitan a obtener placer y excitación del acto de observar), el comportamiento propio del voyeur es propio de personas inseguras y que tienen muchas dificultades a la hora de establecer relaciones con personas del otro sexo.

La compulsión, el hacerlo a escondidas y la exclusividad del acto de mirar a la hora de buscar una estimulación sexual son los dos factores que determinan la existencia o no de un voyeurismo de carácter patológico que puede comenzar a intuirse cuando durante por lo menos 6 meses se tienen fantasías sexuales, impulsos o comportamientos que tienen que con personas que se desnudan o mantienen relaciones sexuales.

Cuando se determina que existe comportamiento voyeurista es necesario buscar un tratamiento que sirva para que el voyeur encuentre placer y gratificación en otro tipo de prácticas sexuales. La psicoterapia, la terapia de comportamiento y el análisis cognitivo y psicológico son los tratamientos comúnmente utilizados para poner remedio al voyeurismo. En algunos casos, estas terapias son reforzadas utilizando algún tipo de medicamento que sirva para reducir, entre otras hormonas sexuales, la testosterona.

El voyeurismo, además, está tipificado como delito. Es un acto que atenta contra el derecho a la intimidad y la privacidad y, como tal, está penado.