El concepto de brecha orgásmica

Estudios, estudios, estudios. Ahí están, con sus estadísticas, dispuestos a desvelarnos la verdad. Y, cuando se habla de orgasmos masculinos y femeninos, la verdad es sólo una: hombres y mujeres estamos separados por lo que se ha dado en llamar “brecha orgásmica”. Daremos unos cuantos datos para demostrar su existencia extraídos de algunos estudios y mencionados en “La brecha orgásmica: qué es y por qué ha llegado el momento de decirle adiós”, uno de los fantásticos artículos de la redactora de contenidos Silvia Ruiz de la Prada. Esos datos son los siguientes:

  • Un estudio realizado por la marca de preservativos Durex en 2017 reveló que el 75% de las mujeres de los Países Bajos y de Bélgica no alcanzan el orgasmo durante sus relaciones sexuales. Por su parte, sólo un 28% de hombres confesaron no alcanzar siempre el clímax.
  • Un estudio realizado a más de 50.000 adultos en Estados Unidos y publicado por Archives of Sexual Behavior en 2018 determinó: que el 95% de los hombres heterosexuales llegaban al orgasmo en sus relaciones sexuales; que los hombres homosexuales lo alcanzaban en el 89% de los casos; que sólo el 88% de los hombres bisexuales llegaban al clímax en sus relaciones; que las mujeres bisexuales sólo llegaba a él en el 66% de los casos, y, finalmente, que sólo el 65% de las mujeres heterosexuales lograban alcanzar ese instante de placer.

Sin duda, los estudios citados sólo venían a confirmar lo que, de una manera u otra, ya se intuye cuando, liberados de prejuicios y fieles a la verdad, hablamos de sexualidad con personas tanto de nuestro propio sexo como del sexo “contrario”: que existe una brecha orgásmica. ¿Por qué? Fundamentalmente, por efectos de haber sido, la nuestra, una sociedad fundamentalmente patriarcal y marcadamente machista durante tantos y tantos siglos. El que las relaciones sexuales se concibieran durante tanto tiempo como algo destinado a satisfacer las ansias de placer del hombre no ha hecho sino fomentar el que, poco a poco, se fuera abriendo esa brecha orgásmica de la que hablamos.

Sin duda, corriendo los tiempos que corren, y en plena y activa campaña contra todo lo que suene a machismo, el objetivo, tanto en el seno de las parejas como a nivel social, es conseguir que disminuya la anchura de esa brecha orgásmica de la que hablamos. De la misma manera que debe reducirse la brecha salarial, debe, también, reducirse la brecha orgásmica. Para ello, claro, hay que reivindicar, como si de un derecho inalienable se tratara, el orgasmo femenino.

Fingir el orgasmo

Para reivindicar el orgasmo femenino y reducir, así, la brecha orgásmica existente entre hombres y mujeres, hay que cambiar la forma de entender la sexualidad y las prácticas sexuales. Una de las cosas que la mujer debe hacer es, por ejemplo, no fingir los orgasmos. La mujer que finge un orgasmo lo puede hacer, en principio, por varias motivaciones diferentes. Entre ellas destacan las siguientes: porque, al fingir el orgasmo, se intenta no herir el ego de la otra persona y reforzar su autoestima; y porque, al hacerlo, se pretende proyectar una imagen de mujer que disfruta de las relaciones sexuales.

Son muchos los sexólogos o sexólogas que han apuntado los posibles motivos que llevan a la mujer a fingir un orgasmo y todos ellos y ellas, también, señalan hasta qué punto es dañino para la vida sexual de la mujer el que ésta se habitúe a fingir los orgasmos de una manera más o menos regular. Bien sea por miedo a dañar al compañero, bien por no querer decirle “no me apetece tener una relación sexual ahora”, bien porque no exista deseo o porque la rutina se ha instalado, como una termita, en la relación, lo cierto es que son muchas las mujeres que, en algún momento de su vida, han recurrido al truco de fingir un orgasmo para terminar cuanto antes con lo que, en ese momento, no le está proporcionando, ni mucho menos, todo el placer que debiera.

¿Qué se consigue con ello? Pocas cosas positivas. Acostumbrarse a fingir el orgasmo provoca, al decir de sexólogos y sexólogas de experiencia contrastada, perder autoestima, padecer ansiedad e incluso, a medio o largo plazo, acabar provocando la aparición de diversos trastornos de tipo sexual como puede ser la dispareunia o dolor durante el coito, la anorgasmia o dificultad para alcanzar el orgasmo, o el vaginismo o contracción involuntaria de la vagina durante el coito. En resumen: que lo que el fingir el orgasmo acaba provocando más pronto que tarde es el ensanchamiento de la brecha orgásmica.

La mujer que desee de manera efectiva reducir la brecha orgásmica debe, pues, renunciar a la tentación de fingir el orgasmo, ni aunque el hecho de fingir el orgasmo sirva, como sirve en algún que otro caso confesado, para incrementar no sólo la excitación sexual de la pareja, sino también la propia.

Relativizar la importancia del coito

Que la sexualidad y el gozo sexual es algo que admite muchas más variantes y prácticas que las que se circunscriben al acto del coito es algo que venimos repitiendo en más de un artículo de nuestra web. El coitocentrismo implica un reduccionismo absurdo de las posibilidades de disfrutar sexualmente del propio cuerpo. El coitocentrismo es, también, uno de los grandes culpables de la existencia de esa brecha orgásmica de la que venimos hablando en este artículo.

¿Dónde quedan los juegos eróticos cuando el mero hecho de introducir el pene en la vagina se convierte en el objetivo casi único y principal de la relación sexual? ¿Dónde prácticas tan placenteras como la felación y el cunnilingus? ¿Dónde la tan injustamente menospreciada masturbación? ¿Dónde el incendio que puede provocar una caricia sabiamente ejecutada?

La inadecuada o inexistente educación sexual de generaciones enteras de personas ha hecho que el sexo se practique con demasiada frecuencia de una manera en la que toda la acción queda reducida al acto único de la penetración. Esto, amén de pecar de reduccionismo, peca también de falocentrismo. El pene se convierte en protagonista de un acto que, en circunstancias normales, garantiza el orgasmo masculino pero no siempre el femenino, lo que acaba provocando que la brecha orgásmica no deja de crecer. Después de todo, la despreocupación por el orgasmo femenino ha sido una constante histórica en una sociedad que, como ya hemos indicado, ha sido fundamentalmente patriarcal y machista y que, preocupándose sólo del placer del hombre, ha llegado incluso a considerar pecaminoso y demoníaco el placer de la mujer.

Educación, variación y comunicación

Así, introduciendo nuevas prácticas en la rutina sexual de la pareja, dando mayor protagonismo, por ejemplo, al sexo oral, introduciendo en los hábitos íntimos de la pareja el uso de juguetes sexuales y, privilegiando la estimulación del clítoris teniendo en cuenta en todo momento la importancia capital que el clítoris tiene en el orgasmo femenino, se conseguirá también que la brecha orgásmica de la que hablamos disminuya y que la igualdad entre el hombre y la mujer a la hora de disfrutar de una relación sexual redunde en una mejor y más placentera vida sexual.

En definitiva, la reducción de la brecha orgásmica entre hombres y mujeres es, a modo de resumen, cuestión de educación. De educación sexual, concretamente. Hay que cambiar gran parte de los conceptos sexuales que el hombre tiene interiorizados y eso sólo puede conseguirse realizando una correcta tarea educativa desde la infancia. Con demasiada frecuencia la única educación sexual que el joven recibe (si a eso se le puede llamar educación) es la que recibe a través del porno, y el porno no tiene nada que ver con lo que, de una manera natural, acostumbra a ser la práctica sexual entre las personas.

Adquirida esa educación sexual de la que hablamos, hombre y mujer podrán comunicarse más íntimamente y en igualdad de condiciones, lo que también permitirá reducir la brecha orgásmica. ¿Por qué? Porque la mujer podrá expresar a su pareja qué es lo que le hace sentirse bien en la cama, qué es lo que le hace gozar. Y el hombre, siendo asertivo y empatizando con la mujer, deberá procurar dar a ésta lo que ella reclama. Haciéndolo, conseguirá no solo reducir la brecha orgásmica. También gozará de una más rica y placentera vida sexual.