Las “nuevas” orientaciones sexuales

El imaginario colectivo acostumbra a ser duro de mollera. Aceptar nuevas realidades se le plantea siempre como una ardua tarea. Por mucho que mejore, se quite las orejeras y aumente su campo de visión, el imaginario colectivo siempre suele ir por detrás de los cambios sociales, sobre todo cuando estos cambios tienen que ver con la esencia misma del ser humano. ¿Y qué hay más humano que la sexualidad?

El imaginario colectivo, a trancas y barrancas, a fuerza de sacudirse el polvo -o la caspa- de los prejuicios heredados, ha ido comprobando y aceptando poco a poco que existe sexo más allá de la heterosexualidad y la casi siempre oculta y silenciada homosexualidad. Ante la imposibilidad de negar la existencia de ésta, el imaginario colectivo (en el mejor de los casos y cuando no se ha amparado en alguna ley de inspiración ultrarreligiosa para perseguirla y castigarla con mayor o menor dureza) la ha ocultado durante siglos bajo mantos de hipocresía y sordina como si bastara con esconder una cosa en los armarios para hacerla desaparecer o para negar su existencia. Pero, más allá de ese reconocimiento implícito de la homosexualidad… ¿cuánto no costó en su momento aceptar que junto a la heterosexualidad y la homosexualidad existe también la bisexualidad y que ésta es, de hecho, una orientación sexual tan normal como las otras dos? ¿Y cuántas veces no fue concebida ésta como una especie de “vicio”? De hecho, ¿cuántas personas no siguen concibiéndola aún de ese modo?

Pero el ser humano va más deprisa que el imaginario colectivo y siempre está dispuesto a plantearle un nuevo reto a aquél. Así, si difícil fue el reconocimiento y la aceptación de la homosexualidad y la bisexualidad como orientaciones, difícil fue también, para muchas personas, aceptar la existencia de la asexualidad, una orientación sexual que, de facto, vendría a ser algo así como una “no orientación”, una ausencia total de atracción sexual hacia nadie y hacia nada.

En los tiempos que afortunadamente corren, en éstos en los que, al menos en Occidente, se van conquistando nuevos terrenos en el ámbito de la libertad sexual, el imaginario colectivo debe enfrentarse a nuevos retos, pues las formas de concebir la sexualidad no cesan de aumentar o, cuanto menos, de revelarse. Eso exactamente es lo que ha sucedido con la demisexualidad.

La importancia de lo emocional

¿Qué es la demisexualidad? ¿Cómo podemos definirla? En 2006, AVEN, la Red para la Educación y la Visibilidad Social, definió al demisexual como aquella persona que no puede experimentar atracción sexual si antes no ha podido forjar un profundo vínculo emocional con alguien. Así, la demisexualidad solo es concebible en el ámbito del afecto y, especialmente, cuando este afecto es intenso. Para la persona demisexual no importa que el otro posea un físico excepcionalmente atractivo. Lo que importa verdaderamente, para sentir atracción sexual, es que exista con ella un fuerte vínculo emocional.

La demisexualidad exige el compartir experiencias y actividades afines. La demisexualidad, por definición, requiere de tiempo para hacerse patente. El deseo, en heterosexuales, homosexuales y bisexuales puede encenderse a primer golpe de vista. En el caso de los demisexuales, eso es imposible. Para ello no hay flechazo ni chispazo que valga si antes no hay una relación en la que lo afectivo adquiera un peso importante. Esto tiene, a la larga, una consecuencia que hay que tener en cuenta. Debido a las altas exigencias que el deseo sexual de la persona demisexual impone para despertar y hacerse presente, es habitual que las personas con esta orientación sexual tarden muchos años en sentir por vez primera atracción sexual. Esas altas exigencias, además, hacen que esa atracción sexual despierte pocas veces en la vida.

A la hora de identificar a los demisexuales, muchas personas confunden al demisexual con la persona que, por el motivo que sea (religioso o de otro tipo), se niegan a mantener relaciones sexuales con una persona a la que apenas conoce. Una persona así no es, en principio, un demisexual. Y es que el motivo que lleva a esa persona a rechazar la relación sexual no tiene que ver con la ausencia de atracción sexual, sino con otros motivos de carácter, por ejemplo, cultural. Estas personas experimentan el deseo sexual, pero renuncian a la relación sexual. En los demisexuales, por el contrario, la renuncia a la relación sexual se produce porque no existe ni puede existir atracción sexual hacia una persona a la que apenas conozcan.

Esto, a la larga, también puede provocar en la persona demisexual problemas de relación con su pareja. Y es que para que una relación sexual sea verdaderamente placentera se necesita que la atracción física llegue a un determinado nivel y eso, en el caso de los demisexuales, no es sencillo. El demisexual necesita, ante todo, tiempo. Y quizás para la pareja de la persona demisexual el transcurrir de ese tiempo juegue en contra de la atracción y el deseo experimentado. La pareja de la persona demisexual, así, deberá ser muy paciente con ésta si desea que su relación cuaje.

Dicho esto, lo que hay que remarcar es que la demisexualidad no es ni hetero ni homosexual per se. O puede ser las dos cosas. El demisexual no siente atracción sexual por un género en concreto. Solo la siente por una persona en particular, la persona con la que ha forjado ese vínculo emocional tan fuerte, sea esta persona del sexo que sea. Por su parte, en el imaginario colectivo, los demisexuales son vistos habitualmente como personas que están a medio camino entre la sexualidad y la asexualidad.

Dentro de la comunidad demisexual y según apuntan algunas estadísticas y encuestas realizadas por la comunidad AVEN, podemos encontrar personas con visiones muy distintas de la sexualidad. Así, alrededor de la mitad de los encuestados por AVEN se declararon indiferentes en relación al sexo, el 30% se mostró favorable a su práctica y disfrute y un 16% aseguró que pensar en el sexo le provocaba algún tipo de rechazo. La encuesta también demostró que, entre los “demis” favorables a la práctica sexual abundan aquéllos para quien la masturbación es una práctica habitual.