Historia erótica a modo de currículum

Nunca necesité que nadie me explicara cómo hacer una paja a un tío. En el barrio, esas cosas se aprendían sin necesidad de que nadie te dijera cómo hacerlas. Bastaba con abrir los ojos y mirar. Tarde o temprano veías a algún tío cascándosela en el parque, escondido entre los árboles; o llegabas a casa y te encontrabas a tu hermano sentado en la taza del wáter, con los ojos en blanco, dándole a la zambomba con un Penthause repleto de salpicaduras blancas apoyado en el bidet. Seguramente alguna chica del barrio lo aprendió encontrándose a mi prima Elena, que era dos años mayor que yo, pelándosela a Juanra en un rincón de la portería en la que vivían.

Juanra era el chico del colmado que había junto al instituto. Verdaderamente, Juanra no era nada del otro mundo (hasta tiraba a feo) pero resultaba simpático y atento y, entre broma y no broma, al final acababa engatusándote con aquella sonrisa suya, encantadora, luminosa y casi, casi, tan grande como su polla.

Cuando tuve la ocasión de tener la polla de Juanra en la boca (mi prima Elena me dijo un día que no podía morirme sin probar aquel rabo) yo pensé que se me iba a desencajar la mandíbula. Apenas podía mover la lengua para lamer aquel capullo violeta y gordo que presionaba contra mi campanilla haciéndome sentir unas arcadas que no me hicieron gozar para nada del momento en el que la polla de Juanra empezó a escupir dentro de mi garganta su vómito de semen.

Y es que, definitivamente, y lo digo desde la experiencia de quien ha probado más de cien cipotes, para que lo tengan en cuenta y comprueben que soy una candidata perfecta para escribir en su blog, hay pollas inhumanas, pollas que están hechas para ser lucidas en fotografías o en desfiles pero que resultan incómodas y hasta dolorosas cuando las tienes metidas dentro de la boca o del coño. Ya del culo ni hablo. Y eso que, sépanlo, y por si eso cuenta a la hora de su decisión, siempre me ha gustado disfrutar de mi culo. Mucho. No piensen ustedes que soy una estrecha en ese aspecto, no. No vayan a descartarme por ese motivo, por favor. Hay pollas que han entrado en él y que me han hecho experimentar hasta el delirio la maravilla del sexo anal, ese desconocido para tanta mojigata que se pierde el gustito que da una buena polla horadándote el trasero.

Pero en eso de que te enculen hay que marcarse unos límites. Y en lo referente a esos límites hay que ser terminante e inflexible. Yo, al menos, lo soy. Hay tamaños de pene que no están hechos para mi esfínter anal; y punto. No hay que dar más explicaciones ni darle más vueltas al asunto.

Juanra no sabía eso. Tampoco tenía por qué saberlo. Ni nos conocíamos tanto ni habíamos hablado de ello. Sólo me había comido su polla y me había tragado su semen una vez, sentada en el mismo sofá en que su madre pasaba las tardes haciendo ganchillo. Por eso la segunda vez que quedamos en su casa (“mis padres no volverán hasta dentro de dos horas, han ido al centro a visitar a mi abuela, podemos repetir lo del otro día”), y después de dejarme literalmente espatarrada sobre el sofá, quiso metérmela por el culo con el resto de erección que le quedaba tras aquel primer polvo que me había pegado casi sin quitarse los pantalones. “Que si tu culo me vuelve loco, que si es el culo más bonito del barrio, si sólo duele al principio, Sandra, que si anda, va, déjame, que ya verás cómo gozas después…”.

Loquito de deseo por mi culito trotón, Juanra intentaba convencerme de lo bien que lo iba a pasar si dejaba que me metiera su anaconda por la retambufa. Es más: intentaba enseñarme lo que era el sexo anal como si yo no lo hubiera probado, como si yo ya no fuera, a esas alturas y al decir de muchas madres (entre ellas la mía), una de las jovencitas más putas del barrio. “Casi, casi”, me decía mi madre, “como la zorra de tu prima”. Juanra me dijo aquello de “sólo duele al principio, ya verás cómo gozas después” como si yo fuera nueva en eso del folleteo y como si, a esas alturas del partido, no hubiese perdido ya todas mis virginidades por el camino. Y es que el bueno de Juanra no podía evitar tener más polla que cerebro.

– No, majo, no– le dije-. Si quieres follarte a alguien por el culo, ese pedazo de rabo se lo metes a tu madre, si es que ella se deja. Aunque bien pensado, seguro que se dejará. Las madres tragan con todo. Y da gracias a que te he dejado que me folles el coño. Voy a estar dos semanas sin poder juntar las piernas, so mamón.

En el barrio éramos así, tirando a poetas. Decíamos las cosas echando siempre mano a las metáforas. Nos gustaba más sugerir que mostrar. No entendíamos otro lenguaje. Eso, a veces, nos causaba problemas con la gente que no se había criado en nuestras calles. A mí me pasó, por ejemplo, con el profesor de Química del instituto. Me explicaré para que ustedes me entiendan y lo valoren convenientemente y entiendan que yo soy la persona ideal para escribir en su blog de sexo.

(Continuará)