Sexo en el coche

El asiento trasero del coche sabe a recién estrenada sexualidad, a tiempos en los que no se tenía dinero suficiente para alquilar una habitación y, si se tenía, ya podías despedirte de las birras del fin de semana, porque para tanto no daba la cartera. El asiento trasero del coche sabe a polvo de última hora de sábado o domingo a la tarde, a despedida cachonda antes de marchar a casa, a mamada apresurada porque, anda, cariño, no me vas a dejar ahora así, que mira cómo estoy, que hasta me está doliendo de dura que la tengo.

El asiento trasero del coche sabe a dedos torpes que se esfuerzan por desabrochar un sujetador y que se aventuran a explorar las suaves y abundantes humedades que aquella novieta del barrio tenía bajo las bragas. El asiento trasero del coche sabe a manta extendida y a vidrios tintados, a condón lleno de semen arrojado por la ventanilla, a embarazo indeseado, a polla proletaria hundiéndose en un coño no menos proletario, a calefacción encendida y a vidrios empañados, a picadero colectivo lleno de coches en los que, como en el tuyo, se va oficiando el ritual milenario del deseo y su satisfacción. El asiento trasero del coche también sabe a infidelidad no programada, a deseo entre compañeros de trabajo que acaba estallando cuando menos se espera, a aquí te pillo y aquí te mato aunque me clave el cambio de marchas o me dé una rampa por adoptar una postura en franca oposición a mi flexibilidad.

Sin duda, aquellos que cantaban lo del Simca 1000 tenían razón: no es el sitio más cómodo del mundo, no, el asiento trasero de un coche, y es difícil hacer el amor en él, pero quien más quien menos, muchos años después de esos días de polvos apresurados y pajas que tarde o temprano acababan dejando algún rastro de ADN en la tapicería, mira a la entonces pareja de asiento trasero y hoy, ya convertida en madre atareada y ajada por los años y los partos y tantas y tantas preocupaciones como dan los hijos adolescentes, la recuerda medio desnuda, los ojos enfebrecidos de deseo, cachonda y lasciva, abriéndosele como un regalo de la vida en el asiento de atrás de aquel utilitario de segunda mano que aparcaban al caer la noche en una calle oscura, en un descampado, en la trasera de una fábrica, en un parquing poco visitado, junto a la playa…

Ese recuerdo (el de la compañera ya de tantos años, rejuvenecida y ardiente, lamiendo un pene en aquel tiempo casi incansable) acostumbra a traer consigo un arrebato de ternura y unas ganas renacidas de dedicar un tiempo a las caricias y los besos. Serán ahora, si es que llegan, mucho más calmados que los de aquellos días. Después de todo y a esas alturas, tantos polvos y tantos quebrantos después (y quién sabe, mejor no indagar, si con alguna pequeña infidelidad de por medio), quien así mira a su pareja no puede evitar el añorar, aunque sea un tanto, aquella fogosidad que no atendía a temores a ser observados o, lo que es peor, asaltados, y que buscaba su manera de apaciguarse de una manera inmediata. Después, el deseo y la sexualidad se convirtieron en otra casa. Quizás más sabia, sí; quizás más hondamente satisfactoria; pero menos explosiva, muy probablemente, que la que se vivía en aquellos tiempos en los que la búsqueda de un picadero se imponía con una urgencia sólo comparable a la que palpitaba en los genitales de ella y él.

Picaderos

Un buen picadero es siempre aquel lugar discreto y retirado, alejado del tránsito de las personas y en el que, al mismo tiempo, se cumple un requisito imprescindible: que los voyeurs no lo tengan fácil para saciar sus ansias miradoras. Follar mientras te miran puede resultar, ciertamente y en más de un caso, excitante. El hecho de que en la mayor parte de los más importantes festivales eróticos del mundo no falten voluntarios o voluntarias que suban al escenario para practicar sexo delante de gente lo demuestra. Pero eso no quiere decir que el exhibicionismo sea una pulsión mayoritaria. Pueden existir pulsiones exhibicionistas en muchas parejas, sí; pero lo habitual es que la pareja que se entrega al placer del fornicio quiera gozar de una intimidad completamente reñida con el hecho de que alguien, al otro lado de la ventanilla del coche, se masturbe expeditiva y apresuradamente mientras mira cómo tu novia te come la polla o cómo se coloca a horcajadas sobre ti, cegándote la mirada con sus tetas bailongas al tiempo que te cabalga. Por eso es importante escoger un picadero que sirva para proporcionarnos la tranquilidad necesaria para sólo tener que centrar nuestra atención en las señales de excitación que nuestra pareja nos proporcione.

Cada pareja que experimenta con el sexo en el asiento trasero del coche acaba generando su propio mapa del deseo. En él aparecen señalados los mejores sitios en los que entregarse a la dicha del 69, de la felación, del cunnilingus, del sexo en posición de sentados, del sexo por detrás… Cuando alguna obra, un nuevo uso o un tapiado acaban con estos sitios se produce una especie de desolación en la pareja que hacía uso de ellos para entregarse al goce de follar. Desaparece aquel rincón en el que se estacionaba sobre un lecho de preservativos resecos y chafados por los neumáticos de los vehículos y la pareja queda desangelada, triste como si la hubieran desahuciado de la posibilidad de follar en un lugar que sentían como propio.

Llega entonces el momento de buscar otro lugar en el que sentirse a gusto. Se puede preguntar a amigos y conocidos. Se puede gastar dinero en gasolina recorriendo la ciudad y sus alrededores. O se puede recurrir a la información que te proporcionan páginas como lovingplaces.com, Ijustmadelove.com, placesforlove.com o mispicaderos.net (su versión española).

Estas páginas, diseñadas especialmente para que puedas conocer aquellos lugares a los que acudir con tu coche para entregarte a un rato de sexo y placer, funcionan, todas ellas, de un modo semejante: son los propios usuarios de las mismas los que, con sus sugerencias, aportan la información sobre aquellos lugares en los que, de forma más o menos segura e íntima, se puede follar dentro del coche. En algunas de ellas, como es el caso de mispicaderos.net, aparecen, incluso, fotografías del lugar en sí. Viéndolo y leyendo los comentarios, las parejas pueden decidir si añadir ese lugar a su lista privada de desahogos sexuales o no.

En cualquier caso, la oferta de habitaciones por horas se ha hecho mucho más amplia de lo que lo era hace unos años. Incluso hoteles tradicionales alquilan ahora sus habitaciones por márgenes de tres horas a unos precios bastante asequibles. A la habitación le faltará ese factor de riesgo y exhibicionismo que lleva consigo el sexo en el coche.