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lesbianismo

Dos parejas muy bien avenidas (Fin)

Las manos de Edurne eran más ardientes que las de Marta. Yo las notaba como si fueran fuego mientras me masajeaban los cojones. Sabias manos, las de Edurne. Lo constaté al instante. Sabían acariciarme las pelotas mientras dejaban un dedo libre que, osado, avanzaba hacia los aledaños de aquella parte de mi cuerpo que sólo de vez en cuando la lengua de Marta había visitado y que sólo su dedo se había atrevido a profanar.

Dos parejas muy bien avenidas (7ª Parte)

Desabroché mis pantalones y me los quité. Fue la propia Marta, que se había incorporado, la que se encargó de bajarme los bóxer. Al bajármelos sentí el latigazo de mi polla, erecta, en mi vientre. La lengua de Marta empezó a juguetear con mis pelotas, a moverlas de lado a lado, a mordisquearlas suavemente mientras, con la punta de los dedos, jugueteaba con mi glande.

Dos parejas muy bien avenidas (6ª Parte)

Lo único que podía decir entonces es que, de guardar alguna relación el tamaño de aquel rabo que estaba sodomizando a Susana con el tamaño físico de su propietario, aquél debía ser, sin duda, un rabo de primera, uno de esos pollones que una no puede dejar de mirar con una morbosa mezcla de miedo y de deseo.

Dos parejas muy bien avenidas (5ª Parte)

El mundo vegetal también nos proporcionó grandes posibilidades de experimentación. Los calabacines se convirtieron en nuestros amigos; los pepinos supieron de la creciente humedad de nuestras almejas. Nos follamos la una a la otra sirviéndonos de los más sofisticados arneses que encontrábamos en el mercado. Yo me ponía a cuatro patas y Susana, desde atrás, me follaba como lo hubiera hecho el mejor de los machos; la mayor parte vaginalmente, en ocasiones por el culo.

Dos parejas muy bien avenidas (4ª Parte)

Me desnudé y me metí bajo el chorro de agua templada. No tardé en llevar la alcachofa a mi entrepierna. Me gustaba sentir cómo el agua masajeaba mi almeja mientras mis manos se encargaban de acariciar mis tetas. No sé cuándo se abrió la puerta del cuarto de baño pero sí escuché cómo la mampara de la ducha se abría. No me asusté. Sabía quién era.

La venganza (Capítulo 4 y último)

-Fóllame, fóllame, fóllame –empecé a decirle mientras sentía la presión de su polla en mi vientre y notaba cómo su mano me bajaba las bragas. Sin prisas, pero con seguridad. Sin titubeos. Y sin titubeos cogió su dedo, el mismo que había estado jugueteando con mi culo, y lo llevó a mis labios.