Relatos eróticos
Excítate con nuestros relatos eróticos. Historias casi porno para coger ideas y hacer de tu vida sexual rutinaria en un paraíso de instintos. Sexo imaginativo para mentes que desean vivir fantasías.
Relatos eróticos del Rey del Manga
Ishinomoro Shôtarô es considerado el Rey del Manga. Este dibujante japonés, que vivió entre los años 1938 y 1998, es el autor de una serie de historietas eróticas que aparecen recogidas en la obra “Mi vida sexual y otros relatos eróticos”. En este artículo te presentamos esta obra en la que el erotismo se mezcla con el drama, el humor y la ciencia-ficción.
El amigo infiel
Ella me concedía el placer de lamer mi polla. Incluso el de dejar que me fuera dentro de su boca. Ella me concedía el placer de lamer mi ano mientras me hacía la más soberana de las pajas. Ella me cabalgaba durante el breve espacio de tiempo en que yo sentía cómo una oleada de fuego me trepaba piernas arriba convirtiendo mi rabo en una fuente de lefa.
El amigo infiel
Justamente ésa fue la imagen que vino a mi memoria cuando, aquella Nochevieja, contemplé el cruce de miradas entre él y mi mujer: la de un Juan con los 18 recién cumplidos aferrado a las caderas de una prostituta latina y metiéndosela hasta el fondo ensayando seguramente una de las posturas que, años después, habría de ejecutar con la que desde hacía ya años era mi esposa y se había convertido en su amante.
Dos parejas muy bien avenidas (Fin)
Las manos de Edurne eran más ardientes que las de Marta. Yo las notaba como si fueran fuego mientras me masajeaban los cojones. Sabias manos, las de Edurne. Lo constaté al instante. Sabían acariciarme las pelotas mientras dejaban un dedo libre que, osado, avanzaba hacia los aledaños de aquella parte de mi cuerpo que sólo de vez en cuando la lengua de Marta había visitado y que sólo su dedo se había atrevido a profanar.
Dos parejas muy bien avenidas (7ª Parte)
Desabroché mis pantalones y me los quité. Fue la propia Marta, que se había incorporado, la que se encargó de bajarme los bóxer. Al bajármelos sentí el latigazo de mi polla, erecta, en mi vientre. La lengua de Marta empezó a juguetear con mis pelotas, a moverlas de lado a lado, a mordisquearlas suavemente mientras, con la punta de los dedos, jugueteaba con mi glande.
Dos parejas muy bien avenidas (6ª Parte)
Lo único que podía decir entonces es que, de guardar alguna relación el tamaño de aquel rabo que estaba sodomizando a Susana con el tamaño físico de su propietario, aquél debía ser, sin duda, un rabo de primera, uno de esos pollones que una no puede dejar de mirar con una morbosa mezcla de miedo y de deseo.
Dos parejas muy bien avenidas (5ª Parte)
El mundo vegetal también nos proporcionó grandes posibilidades de experimentación. Los calabacines se convirtieron en nuestros amigos; los pepinos supieron de la creciente humedad de nuestras almejas. Nos follamos la una a la otra sirviéndonos de los más sofisticados arneses que encontrábamos en el mercado. Yo me ponía a cuatro patas y Susana, desde atrás, me follaba como lo hubiera hecho el mejor de los machos; la mayor parte vaginalmente, en ocasiones por el culo.
Dos parejas muy bien avenidas (4ª Parte)
Me desnudé y me metí bajo el chorro de agua templada. No tardé en llevar la alcachofa a mi entrepierna. Me gustaba sentir cómo el agua masajeaba mi almeja mientras mis manos se encargaban de acariciar mis tetas. No sé cuándo se abrió la puerta del cuarto de baño pero sí escuché cómo la mampara de la ducha se abría. No me asusté. Sabía quién era.
Dos parejas muy bien avenidas (3ª Parte)
Yo, cuando me masturbo, casi siempre pienso en que me están comiendo el coño. Me gusta imaginar que una lengua lo recorre de abajo arriba, desde el culo hasta el clítoris. Me pone mogollón el imaginar que es la punta de una lengua, y no mis dedos, quien acaricia mi clítoris. Y me pone mucho más el pensar cómo esa boca que imaginariamente me está llevando hasta el séptimo cielo se está llenando con los jugos que manan de mi almeja.
Dos parejas muy bien avenidas (2ª Parte)
Lo primero que distinguí desde la puerta entreabierta del salón fue el culo desnudo y perfectamente reconocible de mi mujer. Lo hubiera distinguido entre un millar de culos. No en vano lo había lamido un sinfín de veces y había entrado en él otras tantas. Siempre me había gustado su acogedora estrechez, el modo de palpitar alrededor de mi polla cuando lo penetraba.
Dos parejas muy bien avenidas
-Sí, sí, sí, lléname el culo, rómpemelo, métemela hasta dentro- me dice Edurne, y esa voz pespunteada de gemidos que suplica la sodomía, que la implora, que la exige, compaginada con el gesto obsceno que se dibuja en el rostro de mi mujer me lleva al borde mismo de un orgasmo que no puedo reprimir, que me puede, que me empuja a sacarla del culo de Edurne y a derramarme sobre sus nalgas y su espalda mientras Víctor, con la polla ya fuera de la boca de mi mujer, vacía su lechada sobre el pecho de ésta.