Sexo al aire libre

Hacer el amor al aire libre, al abrigo de un cielo estrellado, en una noche de verano, es algo lúdico, sensual e innegablemente excitante. Si habláramos de ello en términos tántricos, hablaríamos de la posibilidad de obtener un dichoso estado de relajación mientras conectamos profundamente con las energías más íntimas de la naturaleza.

Para hacer el amor al aire libre, en la naturaleza, a la luz de la luna, hay que buscar el sitio mágico, el lugar ideal, el emplazamiento más perfecto y sugerente, aquél que nos haga sacar lo mejor de nosotros. Busca junto a tu amante un lugar en el que podáis tumbaros y que, por algún motivo, os resulte especialmente bello. Lo puede ser por unas hojas que, desde las ramas de un árbol, se alíen con el viento para dejar en vuestros oídos un suave murmullo de naturaleza respirando. O por la vista que se tenga de la luna. O por el manto de estrellas que parezca cubrir el firmamento. La hermosura de la naturaleza puede hacerse patente en cualquier rincón y de múltiples maneras. Basta con tener los ojos despiertos y ansiosos por encontrar esa belleza propia de lo natural para que ese encuentro se produzca. Para encontrarla, buscad un lugar aislado, alejado de los ruidos de la civilización. El silencio va de maravillas para percibir la estridencia luminosa de las estrellas.

Una vez que hayáis encontrado ese lugar que a vuestro parecer resulte especialmente bello y silencioso, extended una manta en el suelo y tumbaos sobre ella, boca arriba. Pasad a vuestra pareja vuestro brazo alrededor de los hombros mientras intentáis coordinar vuestras respiraciones. Respirad coordinada y profundamente mientras meditáis sobre todo lo que os rodea, sobre la fragancia que la tierra despide, sobre el embriagador aroma que desprenden las flores y las plantas, sobre la caricia cálida o fresca (ambas sensaciones pueden ser muy agradables) que el aire deja sobre vuestra piel, sobre el tacto suave de vuestras manos, sobre la profundidad azul o negra del cielo.

Fusión con la naturaleza

Sed receptivos con los sonidos de la naturaleza mientras sentís cómo vuestros cuerpos empiezan a relajarse y vuestra mente se expande a medida que se conecta con la naturaleza. Imaginad que sois parte del ambiente, una continuación indisoluble de todo lo que os rodea. Imaginad que vuestros cuerpos se disuelven también gracias a la sincronización perfecta de vuestras respiraciones.

Cuando hayáis llegado a este punto de relajación estrechad vuestros lazos de unión mediante un largo y apasionado beso. Que vuestros sentidos sintonicen. Que las sensaciones de tacto y gusto propias del beso os lleven a un estado de fusión que os lleve a ese punto en el que la ropa sobra. ¿Aún la tenéis puesta? Desnudaos lentamente. Quedad desnudos, tumbados sobre vuestra manta, sintiendo la caricia de la naturaleza.

Será esa misma caricia, la de la naturaleza, quien multiplicará por dos el efecto sensual de vuestras propias caricias. Acariciad vuestros cuerpos, pero no tengáis prisa por hacerlo en vuestras zonas más inequívocamente erógenas. Cualquier caricia en los genitales podría precipitar una acción que, cuanto más lenta sea, más gozosa será.

Como acostumbra a decirse, los preliminares son tan importantes como el acto sexual en sí. Pensad que la luna os observa y que es un espectador refinado y experto que quiere recrearse en una escena sin premuras ni atropellamientos. Por eso deberéis de avanzar de puntillas hacia ese punto en el que todo se vuelva pura sexualidad. Hasta llegar a ella, la sensualidad deberá imponer su ley y deberá ser vuestra norma de conducta. Cuanto más acatéis esa norma más placentero será el premio recibido. Hacer el amor bajo la luz de luna no es una carrera al sprint. El sexo a la luz de la luna debe ser un paseo calmado y tranquilo por la otra cara de la pasión. Procura dar ese paseo. Los lazos con tu pareja saldrán reforzados.