Relatos eróticos
Excítate con nuestros relatos eróticos. Historias casi porno para coger ideas y hacer de tu vida sexual rutinaria en un paraíso de instintos. Sexo imaginativo para mentes que desean vivir fantasías.
Una chica de pueblo ( y VI) – Relato erótico
En mi respiración anidó una agitación confusa en la que convivían la excitación por lo contemplado y una mezcla indefinida de deseo y tabú que me estremecía hasta lo más hondo. Me sentí mojada y convulsa y decidí imitar a mi prima. Me quité las bragas, me abrí de piernas, puse cada una de ellas sobre uno de los reposabrazos del sillón de mimbre, cerré los ojos y, sin demora, llevé mis dedos hacia el territorio en aquel momento pantanoso de mi coño…
Una chica de pueblo (V) – Relato erótico
Me reconcilié, así, con mi cuerpo. Me reconcilié con mi placer. Volví a sentir el gozo de aquel hormigueo de la sangre, de aquel bullir de la entrañas, de aquel fuego trepando piernas arriba que antecede al momento único e impagable en el que todo (el tiempo y su memoria, el espacio y sus rincones) se desdibuja para dejar que en su lugar impere la dictadura única del cuerpo y su placer.
Una chica de pueblo (IV) – Relato erótico
Y es que aquel deseo de Jorge no sabía de prolegómenos ni de juegos. O, lo que era peor, los había desdeñado. Como si no valieran nada. Creo que todo lo que hasta aquel momento nos había hecho tan felices (la paja disimulada en el cine de verano, el cunnilingus en los peldaños de la ermita, la felación recostados en las cercas de piedra, sus dedos masajeando mi clítoris bajo mis bragas llenándome el cuerpo de estremecimientos…
Una chica de pueblo (III) – Relato erótico
Yo acepté por deseo (¡qué ganas tenía de sentir cómo su polla reventaba de placer entre mis piernas!) pero también porque Jorge era una puerta de salida, la manera más rápida, directa y sencilla de marchar del pueblo. Por aquel tiempo, yo estaba un poco harta del ambiente mísero y sin horizontes del pueblo, y Jorge, de alguna manera, simbolizaba la libertad y modernidad de la ciudad…
Una chica de pueblo (II) – Relato erótico
Cada uno de los noes que una noche tras otra yo daba a Jorge brotaban, cada vez más, desprovistos de fuerzas. Muchas veces pienso (y creo que no me equivoco) que si Jorge hubiera tenido un poco de paciencia y su grado de encoñamiento conmigo no hubiera sido tan grande, yo, finalmente, cualquiera de aquellas noches no habría sido capaz de decirle que no. Ni a regañadientes siquiera. Es decir: que más pronto que tarde habría dado el paso que tantas noches, masturbándome, había soñado dar (…)
Una chica de pueblo (I) – Relato erótico
El error más grande que he cometido en mi vida (y he cometido bastantes) fue creer a Jorge cuando me dijo que me iba a borrar a pollazos todas las arrugas del coño. Cuando descubrí que aquella frase no era suya sino que había salido de un libro de Henry Miller, ya era tarde: hacía más de seis meses que Jorge se había convertido en mi marido (…)
Sexo en el barrio ( y III)
El barrio era eso: hombres hechos y derechos mirando el culo de las adolescentes desde la barra del bar mientras soñaban polvos imposibles, parejas magreándose en un banco del parque y follando en los coches cuando caía la noche, bocas devorando pollas en la oscuridad de los rincones de las porterías… El barrio era un sitio en el que, definitivamente, el despertar al sexo tenía lugar temprano.
Sexo en el barrio (II)
Estábamos a finales de curso y aquel profesor de Química me llamó al despacho para comentar un examen que, al decir de él, no me había salido todo lo bien que podría salirme. “Tú puedes dar mucho más de sí, Sandrita”, me dijo. Así que fui al despacho. Cuando estábamos allí, y tras comentar el examen, me dijo que podía recuperar la nota fácilmente y llegar al aprobado, sin tener que estudiar y sin necesidad de presentarme a los exámenes de recuperación. “Basta, Sandrita, con que me hagas una felación”.
Sexo en el barrio (I)
Nunca necesité que nadie me explicara cómo hacer una paja a un tío. En el barrio, esas cosas se aprendían sin necesidad de que nadie te dijera cómo hacerlas. Bastaba con abrir los ojos y mirar. Tarde o temprano veías a algún tío cascándosela en el parque, escondido entre los árboles; o llegabas a casa y te encontrabas a tu hermano sentado en la taza del wáter, con los ojos en blanco, dándole a la zambomba con un Penthause repleto de salpicaduras blancas apoyado en el bidet.
La boca de Cleopatra (Segunda Parte)
En la primera parte de este relato dejamos a la reina Cleopatra mamándosela infructuosamente a Julio César. Al final de de dicho capítulo parecía que la polla de César empezaba a dar señales de vida. ¿Qué más pasó en aquella noche de Alejandría? ¿Consiguió Cleopatra saciar sus ansias de felatriz?
La boca de Cleopatra (Primera Parte)
Se dice que la reina egipcia Cleopatra fue una de las grandes felatrices de la Historia. Que la mamaba cojonudamente, vamos. Pero hay historias que no se cuentan. Por ejemplo: la de la primera noche que Cleopatra pasó con Julio César. Imaginarla es una buena manera de entrar en calor.